www.cubaencuentro.com Lunes, 28 de marzo de 2005

 
   
 
La Habana: Volver a Bayamo
¿Dónde están los seres de antes?, ¿envejecieron y murieron o se los llevaron a alguna guerra de la que aún no han vuelto?
por RAFAEL ALCIDES
 

Volver al lugar que ya no existe es como regresar de la muerte después de muchos siglos, es vagar como un fantasma, ser un alma en pena tocando desesperadamente de puerta en puerta preguntando: ¿dónde están?, ¿qué se hicieron los de aquí? O quizá más que regresar de la muerte es, tal vez, entrar en la muerte, puesto que el fantasma eres tú, y ellos, los de ahora, los del antaño lugar, esos actuales desconocidos que te miran sin verte, serían, entonces, los seres reales.

Bayamo
Ciudad de Bayamo.

O todo lo contrario: ¿eres tú el ser real y ellos los fantasmas? No lo sabes. Te has perdido, has entrado en el peor de los laberintos y no sabes cómo salir. Es como despertar en medio de un sueño sabiendo que también el despertar es parte del sueño. Y es cruel y es loco seguir buscando lo que ya no es y acaso ni siquiera fue ya. ¿Existió todo aquello que estás recordando?, ¿o fantasioso que nunca te has curado de mentirte a ti mismo, estás otra vez inventando?

Pasan autos, camiones, gentes de todas las edades, mas no pasa nadie de los de entonces, es decir, de los seres de antes. ¿Envejecieron y murieron o se los llevaron a alguna guerra de la que aún no han vuelto? Y es todo tan irreal que ha de ser, que por fuerza tiene que ser, parte del sueño que soñabas cuando soñaste haber despertado en medio de tu sueño.

Una pesadilla así experimenté en mi última visita a Bayamo, la ciudad donde viví entre los siete y los trece años, y adonde aprendí a ser bayamés. Quitaron aquel Bayamo y pusieron otro. Busqué el colegio Guevara y no lo encontré, busqué la ferretería de Landrove, busqué el terreno yermo que estaba al lado del Ayuntamiento, aquel solar de estruendos donde los sábados el promotor Elpidio Pizarro ofrecía sensacionales carteles de boxeo con púgiles de renombre llevados de La Habana (entre ellos, una vez, Gavilán y Kid Chocolate para exhibiciones), y tampoco los encontré.

Ni siquiera existe ya en la calle Martí el Almacencito, la Casa Catá, ni la funeraria de Kin Casate. Voló también la impresora de Queralt, desaparecieron el cine Bayamo, arrancaron de su lugar los ómnibus de La Cubana. Entré a las doce en la bodega de Gilberto en Masó y Estrada Palma (que ya no es Estrada Palma, sino Capotico). Era la bodega donde a las doce oía con mi hermano Rubén, que aún no había cumplido once años, los episodios radiales Los Tres Villalobos, pero en vano; también por allí había pasado el tiempo, y el parque por su parte ha sufrido tantas modificaciones que tal vez ahora sea mejor que el de antes, pero ya no vale la pena sentarse en él.

La reconciliación

Ahora bien, fuera de este castigo propio de los que no estuvieron en la hora de los cambios, aquel nuevo viaje al pasado me reconcilió con Bayamo. Dieciocho años atrás estuve allí, luego de treinta y tantos de ausencia, y fue un viaje decepcionante. No llegué a una ciudad, llegué a un cementerio. Hasta la gente, al caer la noche con sus luces mortecinas, parecían en aquella ciudad funeral muertos que hubiesen salido del cementerio con horas de pase.

Esta vez, en cambio, encontré un Bayamo luminoso; más que restaurado, recuperado, un Bayamo digno de los bayameses de antaño y de los que están por venir. Un Bayamo pintadito, donde las viejas ortopedias, del que sin ser albañil se metió de fresco en las calles principales a convertir en viviendas lugares que antaño fueran establecimientos comerciales, habían sido borradas.

Maravillas de la irrupción generadora de la divisa extranjera en la ciudad, un Bayamo que, fuera de lo que ha hecho Eusebio Leal en la Habana Vieja, ya deseara el resto de La Habana por un día de fiesta verse así. Nada allí de ruinas que cuando no parecen anunciar bombardeos recientes, hacen pensar con horror en una ciudad de otro planeta que, tras permanecer abandonada durante miles de años, acaba de ser descubierta por unos extraños extraterrestres que desde su llegada permanecen sentados en camiseta en las aceras de las calles principales en taburetes recostados a la pared, esperando con mansedumbre que acaben de caerles en la cabeza los derruidos balcones.

Mucha pintura y aseo prima allí. Mucho Bayamo, diría yo. Aunque para mi gusto, románticamente hablando, prefiero el antiguo, que me devuelvan aquel Bayamo donde estoy yo y estamos todos los de entonces y nadie allí es todavía un extraño, un aparecido, un fantasma, un alma en penas buscando lo que no ha de volver a encontrar.

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