www.cubaencuentro.com Lunes, 28 de marzo de 2005

 
   
 
Canarias: Segundo adiós a Guillermo
El escritor ha muerto y el afanoso enterrador sigue arrojando silencio sobre él, ahora también sobre su lejano cadáver.
por MANUEL DíAZ MARTíNEZ
 

La última vez que hablé con Guillermo Cabrera Infante fue en el aeropuerto de La Habana, hace justamente cuarenta años, la noche en que partió hacia el exilio, ya eterno. Lo vi por última vez de espaldas, avanzando hacia el avión, con sus dos niñas de la mano. En la puerta de acceso a la pista me había dicho, mientras nos abrazábamos: "Manolo, vete de aquí lo antes que puedas. Esto no es para ti". Andando el tiempo, los hechos me demostraron que él tenía razón, y entonces le hice caso.

G. C. Infante
Cabrera Infante, junto a Vargas Llosa. (AFP)

Conocí a Guillermo hacia 1957 en la redacción de la revista Carteles, donde él trabajaba. Lo conocí a través del poeta y también crítico cinematográfico Roberto Branly, quien colaboró con Guillermo y Tomás Gutiérrez Alea en la fundación de la primera cinemateca que hubo en Cuba.

En 1959, siendo redactor jefe de Revolución, Guillermo nos dio a Branly, al poeta José Álvarez Baragaño y a mí la encomienda de hacer la página cultural del periódico, titulada Nueva Generación.Y más tarde, cuando comenzó a salir el suplemento semanal Lunes, cuyo cierre fue uno de los primeros golpes de Castro a la libertad de prensa, Guillermo, que era el director, me invitó a colaborar en esta magnífica y efímera revista de cultura, la más divulgada, polémica, plural y dinámica de cuantas se han publicado en Cuba. Esto lo digo sin que me duelan prendas, porque yo era el director de Hoy Domingo (magazín cultural del diario Noticias de Hoy), que era, digámoslo así, la competencia de Lunes.

Recuerdo, con redoblada emoción en estos instantes, la dignidad y la valentía con que Guillermo luchó por la existencia de Lunes —que era luchar por la libertad de expresión frente a un caudillo triunfante decidido a suprimirla— en las aciagas reuniones de los intelectuales cubanos con Fidel Castro en la Biblioteca Nacional en 1961, en las cuales participé. Estoy seguro de que en aquellos momentos comenzó a abrirse, como en tantos otros intelectuales de la Isla, el abismo entre Guillermo y la revolución. Un abismo que lo convirtió a él en un símbolo de la intelectualidad democrática cubana y en un referente ineludible del exilio moral, y al gobierno de Castro en un afanoso sepulturero empeñado en cubrir de silencio la obra y la existencia misma del escritor. De esto da fe lo que paso a contar.

El Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba hizo, cuando su director era el profesor José Antonio Portuondo, el Diccionario de la Literatura Cubana,cuyos dos tomos aparecieron, respectivamente, en 1980 y 1984. El autor de Tres tristes tigres, Así en la paz como en la guerra, La Habana para un infante difunto y Vista del amanecer en el Trópico, nada más y nada menos, fue excluido del Diccionario. Guillermo denunció muchas veces este hecho como una muestra de la manipulación sectaria a la que el gobierno castrista somete la cultura. Yo pertenecí al equipo de investigadores que trabajó en el Diccionario y siempre me he reprochado haber asumido una actitud pasiva ante esta discriminación, tan aviesa como estúpida, que macula y empobrece una obra de tal entidad.

Guillermo ha muerto y el afanoso enterrador sigue arrojando silencio sobre él, ahora también sobre su lejano cadáver. La noticia de esta muerte, dice en un titular un periódico madrileño, "se conoció en La Habana por el boca a boca".

Los libros de Guillermo, desde hace años, pasan en Cuba, a hurtadillas, de mano en mano. Suele suceder que en las dictaduras los grandes escritores sean clandestinos, estén vivos o muertos. Sobre todo si incordian, como Guillermo Cabrera Infante, con la majadería de amar la libertad y exigirla para todos.

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