www.cubaencuentro.com Lunes, 28 de marzo de 2005

 
  Parte 1/2
 
Hollywood: El Che va a los Oscares
por NéSTOR DíAZ DE VILLEGAS
 

La otra noche el Che se revolvió en su tumba. Después levantó la tapa del ataúd y se largó a Hollywood.

Oscar
Jorge Drexler, el cantor de 'Diarios de motocicleta', celebra su Oscar.

Parado encima de la marquesina de El Capitán lanzó un anatema contra "la Industria" —como le decimos por aquí, para indicar que solamente existe una, la de las estrellas.

¡Maldición eterna sobre la Academiaaa…!

No era para menos.

Otra vez la moralité larmoyante de un Clint Eastwood triunfaba sobre el realismo socialista de un Marty Scorsese. La inspiradora historia de Howard Hughes, un millonario insensato, neurasténico y visionario (Salma Hayek llamó al joven Che "un idealista"), que se enfrenta al establishment, construye un avión de palo, y termina loco, (con las uñas largas y las greñas por los hombros en un laberinto de paranoia), seguramente hubiese apelado al sentido histórico de Guevara.

Además, The Aviator era una alusión apenas velada; y De Caprio, su trasunto: ¡el filme debió llamarse Los diarios de la avioneta! ¡Ésta era su película! Entre idealistas y nihilistas pasó la noche el Pibe; rodeado de fanáticos, indiferentes, ególatras e iluminados.

Caminando casualmente por la alfombra apropiadamente roja, el Che se hubiera tropezado con el viejo rockero Carlos Santana.

–¡Qué carajo haces tú, imbécil, con mi cara en una camiseta!

–Es el santo sudario, carnal… El indio Juan Diego la encontró en rebaja en Dolce & Gabbana…

Del tiro el Che hubiera ido a dar contra el culo de Drew Barrymore, adornado para la ocasión con un broche de diamantes.

Más de su gusto resultaría, sin duda, la vaporosa túnica estilo Directorio que Natalie Portman, como salida del atelier jacobino de Jean Louis David, lucía con encantador desgano.

La pregunta de Pablito

Dentro del templo, la congregación intentaba tocar al menos la punta de los Rollos con la esquinita de la estola: y la Academia rozó los Diarios con el premio a la mejor canción. Era sólo un incentivo moral, pero algo es algo. Porque estos Diarios llegarán un día a equipararse con los de Colón, crónica de un redescubrimiento o evangelio de la reconquista.

Los Latinos en la audiencia gritaban: "¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!", mientras Antonio Banderas, con los ojos en blanco y la voz más quebrada que la Quebrada del Yuro, atacaba la ya imperdonable milonga Al otro lado del río.

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