www.cubaencuentro.com Lunes, 28 de marzo de 2005

 
   
 
Barcelona: Balada del café triste
¿Qué se hizo del Café Pilón en sus sobrecitos de celofán? ¿Qué fue de tanta Cafetera Nacional?
por MANUEL PEREIRA
 

En los últimos diez años Barcelona se ha ido poblando de cafeterías de lujo, super-refinadas, que desprenden aromas tan exquisitos como exóticos. Al principio, fue como una epidemia y los catalanes, según parece, le han cogido el gusto a esta infusión de reminiscencia tan árabe. No me explico por qué en España no saben hacer un buen café. Tienen las cafeteras de presión más modernas, tienen los granos de mayor calidad, pero cuando te lo sirven, siempre está recalentado, requemado, o con un poso tan tenaz que nos deja la lengua impregnada de borra. Es como si aquí el chocolate con churros le hubiera ganado la batalla al café.

Pilón
Café Pilón: de las reliquias cubanas.

En tal sentido, Italia es un enigma: no hay nada como tomarse un café en una tavola calda de Roma. Los italianos son famosos por sus pizzas, pero han inventado todos los refinamientos del café hasta convertirlo en un culto de dimensiones casi asiáticas. Y de un tiempo a esta parte parece que exportan ese vicio a España.

La mayoría de las cafeterías que empezaron a multiplicarse en la Ciudad Condal a finales del siglo pasado tienen nombres italianos, como Il Caffe di Francesco, en Paseo de Gracia. Cualquier capricho es posible en estas cafeterías, desde un capuchino hasta un café con whisky, pasando por un café con leche condensada… hay de todo, menos café cubano. Hay café de Nicaragua, de Costa Rica, de Brasil, de Costa de Marfil, de Colombia, de Puerto Rico y, sobre todo, el insuperable café de Jamaica llamado Blue Mountain.

Algunas mañanas muy despejadas, yo veía a lo lejos esas montañas azules desde la Sierra Maestra cuando recogía café en el año 1961. Pero ahora me frustro constantemente en estas cafeterías barcelonesas donde nunca encuentro nada de mi país, ni siquiera un solo granito de café carretero recogido loma arriba en las estribaciones de Pilón o de Niquero, donde tantas ramas de cafetos ordeñé, donde tantos catauros de café cargué a la edad de doce años.

Un poco a lo Jorge Manrique, me pregunto: ¿qué se hizo del Café Pilón en sus sobrecitos de celofán? ¿Qué fue de tanta Cafetera Nacional? Nuestros cafetales son los ríos, que van a dar en la mar, que es el morir, allá van nuestros mejores aromas, derechos a se acabar y consumir…

Entre la infancia y la adolescencia me pasé por lo menos un par de años recogiendo café en las montañas de mi país. Y al igual que yo, muchos miles de jóvenes y casi niños, lo recogían y lo sembraban, transportando los sacos a lomo de mulo a través de trillos que daban a precipicios, llevándolos hasta los secaderos, para luego tostar los granos en fogones rudimentarios, y más tarde pilonearlos con un mortero de granadillo al compás de la triste música del pilón.

¿Qué se hicieron todos esos esfuerzos, si ahora en estas cafeterías barcelonesas no te sirven ni una tacita de café cubano? Sacrificio inútil, porque la economía de Cuba es peor que el Tonel de las Danaides. Infructuosa y eterna tarea de llenar un barril sin fondo. ¿De qué sirvieron todos los sudores de tres generaciones de cubanos si ni siquiera puedo tomarme un exprés cubano en esta ciudad?

Esta es nuestra balada del café triste.

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