www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de octubre de 2004

 
  Parte 2/4
 
Confesiones de un niño cubano
'Los progresistas que arropan a Castro practican un colonialismo perverso'. El cubano Carlos Eire, Premio Nacional del Libro de EE UU, entrevisto por Midiala Rosales.
 

Usted ha dicho que adoptó el idioma inglés como si fuera su idioma materno, que sueña en inglés, que habla y piensa en inglés. Muchos cubanos ven ese cambio radical como una pedantería, pero según se desprende de su libro, usted lo adoptó como una forma de defenderse del dolor de ser cubano y del dolor de ese idioma español que le traía tan malos recuerdos. ¿Es así?

Waiting for Snow

Así es. Yo no quería ser cubano, porque me daba vergüenza serlo. Porque a nosotros realmente no nos invadió otro país, no nos atacó otra gente, fueron los mismos cubanos quienes arruinaron Cuba. Y preferí olvidar todo ese dolor, la separación familiar, mis primeros años aquí en Estados Unidos, que fueron bien duros, porque con 15 años tuve que empezar a trabajar fregando platos y haciendo muchos otros trabajos para pagarme los estudios en Chicago, a donde nos fuimos a vivir cuando mi madre llegó, finalmente. Y así todavía vivo.

Nunca escondí que era cubano, pero practiqué muy duro para perder el acento. Quería enterrar todo el pasado y lo logré. Lo enterré tan profundamente, que creo fue por eso que se preservaron tantos detalles.

En Estados Unidos hay un cierto sector progresista que todavía se siente seducido por la figura de Castro, como Oliver Stone, Steven Spielberg... ¿Qué piensa de eso?

Yo me he dado cuenta últimamente que los liberales de todos los países industrializados —que son los que yo conozco—, son las personas más colonialistas y racistas que existen. Ellos piensan que como Cuba es un país de gente atrasada, subdesarrollada —porque así nos ven, subdesarrollados—, no existe otra manera de tener avances sociales si no es con los métodos totalitarios, de mano dura, porque nos ven como gente que no entiende la democracia.

Para ellos, los derechos humanos —a que tenemos derecho todos— son un lujo sin ningún valor cuando se vive en un mundo subdesarrollado. Es una forma de colonialismo y racismo muy perversa, que ni ellos mismos se dan cuenta que la tienen. Es como decir que Mussolini era bueno porque consiguió que funcionaran los trenes en Italia.

Por eso, cuando se presenta la oportunidad, yo les hago ver que tener medicina socializada era también uno de los objetivos de Hitler. En la Alemania de Hitler había medicina socializada, pero nadie se atreve a decir que eso fue una cosa buena. Pero en Cuba está bien, perfecto, porque pobrecitos, a ellos les hace falta una mano fuerte. Y aunque la mayoría de ellos tienen muy buen corazón, no pueden cambiar su perspectiva de ver al resto del mundo como una gente atrasada.

Lo que más me molesta es que cuando terminé el libro me acusaban porque decían que yo había sido un privilegiado, y que lo que contaba en el libro no valía nada porque yo era un privilegiado y lo que estaba haciendo era quejarme de la justicia que trajo la revolución. Y les contesté que lo que pasó afectó a todos, porque los ricos que se fueron son los menos. Conozco mucha más gente que salió del país de clase media baja y pobre, que gente rica, que eran menos. Lo que pasa es que para ellos eso es como una religión, cuestión de fe ciega. Y no quieren escuchar ni darse cuenta de que aquello no funciona, porque es como decirle a un religioso que Dios no existe.

¿Por qué se queda su padre en Cuba?

Mira, yo nunca sabré exactamente la razón por la cual él decidió quedarse, porque nunca tuve con él una conversación de adulto a adulto. La última conversación que tuve con él fue por teléfono. Pero mientras él estuvo vivo, las llamadas de teléfono estaban limitadas a tres minutos y siempre te estaban escuchando del otro lado.

Una vez mi madre le dijo que lo extrañaba y alguien se empezó a reír del otro lado. No se podía hablar de nada. Y en tres minutos no se puede tener una discusión. Él siempre pensó, y así me lo decía en sus cartas, que aquello no podía durar. El último año de su vida estaba haciendo trámites para donarle toda la colección a la ciudad de La Habana. Estaba ilusionado con eso. Pero un día se apareció un camión y le dijeron que venían a llevarse la colección, que la iban a meter en un almacén. Y ahí fue cuando le dio el ataque al corazón y se murió, en el año 1967. Lo que querían era llevársela y venderla. Pero su muerte canceló todos los planes y la colección pasó a manos de mi hermanastro, que fue quien se quedó en la casa y con todo.

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