www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de octubre de 2004

 
  Parte 4/4
 
Confesiones de un niño cubano
'Los progresistas que arropan a Castro practican un colonialismo perverso'. El cubano Carlos Eire, Premio Nacional del Libro de EE UU, entrevisto por Midiala Rosales.
 

En el libro dice que hay dos cosas muy difíciles de soportar: saber que nunca tendrás aquello que debió ser tuyo y saber que algo que no debió ser tuyo se te dará y tendrás que conservarlo para siempre. ¿Acaso eso alude a la infelicidad por una Cuba que perdió y al desconcierto por hacer suyo un país que no lo ha resarcido de sus pérdidas?

Bueno, no. Esa frase resume algo que pasa en la vida constantemente. Va más allá de Cuba, la política y Estados Unidos. Lo dije así para que se interpretara, para que tuviera más fuerza. Quería que la gente se diera cuenta que la vida siempre es una cosa complicada, bella y dolorosa a la vez. Tenemos de las dos cosas constantemente. Creo que todo se complica más feamente cuando interviene la política. Pero también todo se soluciona bellamente alguna vez.

Cuando su madre llegó a Estados Unidos se dio cuenta de que sus niños eran ya hombres y no necesitaban de sus cuidados. Ella pasó a ser cuidada por ustedes. Fueron sus traductores, los que la mantenían y la guiaban por ese mundo desconocido y por esa vida dura que comenzaron en la fría ciudad de Chicago. ¿Cómo se sobrepuso ella a eso? ¿Lo logró finalmente?

Bueno, fue muy difícil. Ahora que tengo hijos me doy cuenta lo difícil que debió haber sido para ella. A nosotros fue como si nos tiraran al agua y nos dijeran: nada o nada. Entonces, aprendimos a nadar. Lo teníamos que hacer todo muy bien, porque nadie nos ayudaba con nada. Teníamos que trabajar los dos, mi hermano y yo. Y fue muy doloroso. Creo que ella pasó muy mal rato al llegar por todas esas razones. Pero siempre, hasta el día de hoy, está convencida de que hizo lo que debía hacer al sacarnos de Cuba. Y vaya, hay una diferencia muy grande entre lo que piensa ella y lo que pensábamos o sentíamos nosotros como niños.

Me puse muy feliz cuando nos reunimos otra vez, pero la situación se había revertido completamente, especialmente al principio, cuando mi hermano y yo teníamos que trabajar y ella no encontraba trabajo. Eso fue terrible para todos. Las relaciones de familia siempre son complicadas y eso complicó todo mucho más, especialmente en el caso de mi hermano, que era mayor.

Cuando mi madre llegó ya él había cumplido 18 años. Era un adulto y, entonces, no aguantaba tener que darle explicaciones ni rendirle cuentas a una madre después de haber crecido solo. Fue bastante duro para él. Y el consejo que nos dio aquel trabajador social que nos dijo que no podían incluirnos en el plan de asistencia social porque a pesar de la incapacidad de mi madre, yo y mi hermano ya podíamos trabajar, fue el peor consejo que nos podían haber dado.

Era un bruto ese hombre, un bárbaro, porque al no aceptar que aplicáramos para la asistencia social no tuvimos otro remedio que trabajar y dejar de estudiar. Ahí empecé a trabajar, con quince años. Trabajaba como 60 horas a la semana. Nunca pude ir a fiestas ni a bailes. Nunca pude divertirme. Todo en mi vida, desde que llegué a este país, siempre fue trabajo y estudio.

¿Su vida en Estados Unidos lo ha resarcido de todo lo que perdió o todavía hay vacío y dolor?

No, vivo muy feliz. Esa es la belleza de la vida. No todos tienen finales tan bellos después de vivir una tragedia como esa. Pero a mi me ayudó una combinación de factores, que les llamo suerte o gracia divina, y también mi propio trabajo, porque me construí mi felicidad. Y salí de una tragedia a tener una vida bastante bella y muy buena. No a todo el mundo le sale igual.

Por ejemplo, mi hermano resultó un desastre completo. Físicamente, ahora está muy enfermo. Hace años que está en un hospital de ancianos y eso le ha afectado mucho la mente. Ya no puede trabajar. A él todo le dolió más, porque era más consciente y tenía edad para escoger cosas que son peligrosas. Y fue las que escogió. Escogió las cosas malas porque no tenía a nadie guiándolo. Yo, como era menor, no llegué a ese punto. Escogí estudiar y escogí lo mejor, para mi suerte.

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