www.cubaencuentro.com Miércoles, 09 de abril de 2003

 
  Parte 2/5
 
Carta a Santa Brígida de Suecia
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Pero hay más, que sólo estamos empezando. Si ya con treinta añojos había ensuecado ocho veces el mundo mundano junto a Ulf Gudmanson, su cónyuge enyuntado, con ese average inicial se puede esperar que a partir de entonces creciera y se multiplicara. No de balde, Brígida significa "fuerte y brillante". Y algo se le habrá pegado de ese mundo aristocrático a la hora de mangonear, porque Ulf también era hijo de un gobernador, el de Ostrogotia. Así que para donde quiera que usted se virara pasaba un gobernador cerca. Ahí estuvo, calmadita a pesar de aquella primera conversación piadosa, contando cómo su madre le leía la vida de los santos, y las anécdotas de sus antecesores, que habían hecho la peregrinación a Tierra Santa, que era un pretexto de los hombres por alejarse de mujeres como usted. Imagine lo que es estar encerrado medio año mientras afuera cae la nieve, leyendo aquellas vidas ejemplares, y cuando mira por la ventana, sólo ve el copito de un abedul con un oso en la punta haciendo señales de auxilio. Como en esa época los santos eran pocos realmente, usted como que se interesó en ir agrandando el pelotón con su presencia y luego la de una hija suya, Catalina, Santa Catalina de Suecia, que se mantuvo intacta y célibe, a pesar de que hacía celibar a los hombres a su paso; amplia en sus idas y avenidas, no le daba rancho a tales boyeros. Por suerte, y para mantener el equilibrio, de sus ocho vástagos hubo dos —varón y hembra— que le salieron malas cabezas, ovejuelas prietas, y, curiosamente, eran los más divertidos. Todos esos primeros años los pasó sin que ninguna voz retumbara en su coco, rodeada de nieve, como toda una señora feudal en las posesiones de su esposo. Mientras los alegres campesinos cultivaban la tierra, usted cultivaba la amistad de los hombres sabios y virtuosos. Yo una vez estuve en una reunión de esas, y era más aburrida que una transfusión de sangre.

No nos deténgamos, que nos hiélamos. Cuando cumplió usted con su labor de madre y esposa y también los 33 años —marquen esta cifra, señores, hagan juego— la llamó el rey Magno II a la corte para que cortara el bacalao, y de paso fuera la principal dama de honor de la reina Blanca de Namur. El tal Magno no le echó una magno por gusto, sino porque era su primo, y ahora me doy cuenta que en Suecia, en esa época, debía haber poca gente y se los tropezaba a todos constantemente. Dicen las historias que su primo era un hombre débil, que se dejaba arrastrar con facilidad al vicio, pero no menciona cuáles eran esos vicios, que la irritaban, y a mí me consolarían un poco. Fue en ese alcurnioso sitio donde comenzó a tener ensoñaciones, que en lenguaje científico se denominan visiones. Y da la puñetera casualidad —y me va a perdonar este gentil lenguaje soez— que todas eran místicas, y casi con un solo interlocutor, aquel que había conversado con usted cuando tenía diez años. El de los clavos que no era mi tío. A mi tío lo dejamos a un lado, que era como tres veces idiota, lo que lo convertía en tercer dawn. Tal vez se las provocaba el aire enrarecido del palacio, o algo que se fumaba por allí, pero todas las noches usted tenía esas puestas en escena. Alguien le hablaba, y los temas variaban mucho; iban desde un tratado de paz entre Francia e Inglaterra hasta la necesidad de lavarse. Ahora me explico por qué los cortesanos empezaron a odiarla y a burlarse directamente de usted. Y aquí viene lo bueno.

1. Inicio
2. Pero hay más...
3. Esas voces interiores...
4. Allí mismo...
5. Cuando comencé...
   
 
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