www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
Parte 1/3
 
Carta a Antonia la Milagrera de Los Cayos (I)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Viñálica y pasada por agua Antonia Izquierdo González, Antoñica la mojá, o Antonia la Milagrera de Los Cayos:

No hay vez que me vaya a tomar una aspirina que no piense en usted. Al descargar el inodoro —por primera, y definitiva vez, sin cubo— y sentir ese alegre caudal que aleja mis penas más íntimas, esa "niebla del riachuelo", esa "corriente 324 segundo piso ascensor", aparece su imagen en mis húmedos recuerdos, ya no sé si por el agua o por los mogotes que le rodearon sin que se entregara con las manos en alto. Al pasear mirando las peceras y las fuentes, y hasta en las raras ocasiones en que entro a las iglesias, extrañado de que nadie haya puesto un goldfish o una carpa en la pila bautismal, o al menos un elegante guajacón, en su sacerdocio acuático, asalta mi memoria. Incluso al jugar —¿juglar? ¿jaguar?— dominante al dominó —¿dómine? ¿dominico dominical? ¿dominicano?—, cuando llega el gimnástico momento de hacer abdominales sentado, moviendo los trapecios y bíceps, me viene alta a la alta mente —¿altamente?— y hasta me digo, muy bajito, para que nadie piense que mi locura ha llegado a la completa libre expresión, o que mi libertina exprisión se ha vuelto loca: "Perro maldito, al infierno", y mire qué cosa, coincidentemente, de pura chiripa, de ñapa rastrera, cuando rezo ese conjuro, en vez de un perro, se instala en mi mondongo cerebral, no la imagen de un can bailando cancán, sino la de un caballo que se aleja entre la cenicienta hierba pinareña, rebuznando cual tribuno en la tribuna de la tribu, cualtripártido en imagen, pero unipártido en obsesión.

Y ya que hablo de obsesiones —luego le caeré a los mogotes todo lo ecológico que pueda— lo suyo fue mucho con demasiado con el líquido elemento. De seguro no sabía que el H2O era el símbolo del agua. Le importaba un pepino la tabla de Mendeleiev, y Mendeleiev mismo si se aparecía a pedir ayuda en "Las Ayudas", la finca del barrio de Cayos de San Felipe, donde vino a este pinareño mundo en 1899, como si se le fuera el último carro del siglo XIX. Es posible que allí, donde ni siquiera el diablo dio las tres voces, impresionado y con súbita laringitis, al considerarlo un entorno poco propicio, no se hubieran enterado que un poco antes de su apariciencia, un gallego muuuuu malo, pero muuuuuu malo, había decretado una cruel reconcentración para acabar con la quinta y con los mangos, más con los mangos que con lo otro. Total, si en aquel lugar ustedes nacían reconcentrados ya.

Desde que arribaron de las Islas Canarias sus señores papases, Matías Izquierdo y Rosalía González —que no vivió mucho esta última, la pobre; si llega a optar por ser centenaria, a pesar de su canariedad, se hubiese engallegado con otro casi gallego, también muuuuu malo, pero muuuuuu malo, y entonces se habría federado o algo así, y hubiese fuesesido Rosalía "de Castro"— que en aquella zona donde Dios intentó imitar, con sus mogotes, un cuadro de Tomás Sánchez, sin mucho éxito, pero apartada hasta de las empresas de pompas fúnebres, dispararon, uno tras otro, trece hijos a este ingrato mundo, de los cuales resultó usted ser la sexta. Si llega a ser la novena, la hubieran rezado antes.

En ese raro universo, más abandonado que un paralítico en la barra de un bar de alterne, creció usted, si a eso se le llama crecer, hasta convertirse —según el testimonio de una vecina— en una "muchacha alta y delgada que hablaba con mucha naturalidad. De pelo muy negro, y que se hacía un moño hacia atrás" —sin llegar a caerse, apunto yo—. Como hay que confiar en esa descripción, me atendré o atenderé o atemperaré ateniense a ella. Y como era otra época, en la llamada quérepúblicaeraquella, lo considero el testimonio de una vecina. Si llega a ser en la época actual, conocida como quésetomadremía, se llamaría "colaboración de un informante", para no decirle chivatazo a secas, que usted, de seco, sólo tenía el seso, según parece. Y luego hablamos de los mogotes.

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