www.cubaencuentro.com Martes, 30 de marzo de 2004

 
Parte 2/3
 
Carta a Eduardo Saborit (I)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Un amigo mío de nombre Raúl Ramón, que se cansó un día de la métrica encartonada, los pies forzados, y la letanía del mismo guateque, decía a propósito de esas incursiones culturales a las cooperativas campesinas que, cada vez que los puercos se olían una nueva expedición de los jubilosos guajiricantores, morían de infarto masivo. O masivamente de infarto, que no es lo mismo, pero es casi igual. Los cerdos de sana ideología hacían entrega voluntaria de su colesterol heroico. Pedían púa en asamblea. Y la semilla del cante jondo revolucionario crecía robusta a golpe de masitas y chicharrones, lo que convertía la labor en graso error.

Ese amigo mío fue retirado hace un año de la circulación, y purga, en solitaria canturía, su desguayaberización mental. Fuera de circulación, ahora padece de su circulación.

No es precisamente el caso suyo, que la palmó antes con un infausto infarto, el 4 de marzo de 1963, víctima de otra obsesiva entrega: la alfabetización, a la que le dedicó todas sus horas musicales y de las otras, e incluso tres canciones, que puede parecer una exageración, pero el fenómeno lo merecía. No hay nada como alfabetizar a la gente, cará. Es que los analfabetos suelen ser hasta feos. Usted se va a tirar una foto en algún paisaje maravilloso, y sólo con que por allá, al cantío de un gallo, en lontananza, asome un analfabeto, ya le desgraciaron el recuerdo.

Yo le digo que lo de alfabetizar es una idea magnífica, sí señor, pero no para coger majomía con eso y hacer de ello el centro de la vida de uno. Ahora, distanciado de aquella gesta que gestaron, yo le veo ciertos nudos rudimentarios, determinadas aristas no terminadas, y me da la impresión de que enseñaron a leer al campesinado para que entendieran mejor las orientaciones de acopio, las leyes donde les iban serruchando las vacas de arriba abajo, las instrucciones para manejar los faroles chinos y las tabarras del Repentista Mayor. Me parece un juego muy raro que le enseñes a alguien —no solamente para que deje de salir feo en las fotos— y luego no le permitas leer lo que le salga de la gandinga. Eso, por un lado, que tengo otras caras para esa moneda.

Pero no niego que, inmerso en tamaño tumulto entusiasta, con la fiebre medio porcina que agarra uno cuando le hacen creerse protagonista de la película, siendo realmente un extra con contrato fijo, muchos pensaron que estaban inventando el agua hirviendo y lo pusieron todo en aquel caldo de cultivo; que en definitiva, ahí estaba la luz del apóstol abriendo masa con lo de "caldo ni oruga cultivo", que nadie acaba de entender a derechas, tal vez porque se lo han dicho por izquierdas. Y ahí entra usted en la pachanga, decidido, guitarra en mano, o laúd, que ya le digo que es una barbaridad ese artefacto de viento. Y como no era usted bello, pero sí enconado, le puso todo a la campaña, con olor a campiña.

Así le nació de adentro —con el tableteo incesante de "lápiz, cartilla, manual, alfabetizal, alfabetizal"— un canto agradecido que usted tituló Despertar, y que ahora mismo escucho en voz de Esther Borja, que lo salva de ser un bolero de pegajosas urgencias, y lo eleva al rango difícil de la mística. Yo he revisado en la letra —en la grande, en la pequeña, en la de molde y en la corrida—, y entiendo, muy por arribita —arribista fue el tema—, la historia del analfaburro agradecidísimo porque acaba de aprender los rudimentos del leído y el escribido, y que se muestra dispuesto a salir en la foto sin desgraciarla.

La canción —o himno, o canto, o plegaria plegada al poder, o cántico, o cosa— comienza cuando el personaje confiesa: "Cuántas cosas ya puedo decirte/ porque al fin he aprendido a escribir...", que confunde mucho a un oyente suspicaz y con problemas renales como yo, pues hace pensar que el protagonista era mudo y no un analfabeto enamorado. Si antes no podía decirle nada a la amada, qué hacía con sus sentimientos. ¿Cómo se manifestaba? ¿Era un mano suelta o un tímido, campestre, alelado individuo? Pero la confesión se complica cuando el ente continúa: "En las quietas arenas del río/ en el tronco de aquel flamboyán/ voy poniendo tu nombre y el mío/ que enlazados por siempre estarán". Muy hermoso, muy conmovedor, muy bello, como para alterar de los nervios a los ecologistas. ¿Así que para eso quería el desalmado troncoeyuca aprender las artes de la escritura? ¿Para ir desgraciando la flora autóctona?

La utilización del árbol parece traída por los pelos, o en este caso por las ramas, aunque lo que más le interesaba al feliz alfabetizado era precisamente el tronco, y del tronco, la corteza. Poner aquí un flamboyán o framboyán (Poinciana regia) viene más para crear un ambiente totalmente bucólico —que ya estaba dado con "las quietas arenas del río"— y para ofrecer un poco de sombra en la mitad de la canción. Pero hay trampa en lo vegetal. ¿Por qué un framboyán o flamboyán —"planta leguminosa ornamental de vistosas flores rojas, originaria de Madagascar"— y no algo más patriótico, natural, aborigen como una ceiba, un cedro, una siguaraya, o un mango?

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