www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
Parte 2/4
 
Carta a Eduardo Faciolo Alba
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Y ahí no pararía la cosa. Si de pronto la ONU, u otra inútil organización internacional, se pusiera de acuerdo y diera el visto bueno —pudieran utilizar al Buenavista Social Club— comenzarían de nuevo los desacuerdos: ¿a qué tierra firme pegaríamos nuestro flotante terruño? ¿A la América del Norte o a la del Sur? ¿Se pegaría por la parte oriental, de lado, o volvería a ser favorecida La Habana? ¿La avenida 23 continuaría por la calle 8 o por Flagler? ¿Qué haríamos con Isla de Pinos? ¿Se le regalaría a los bolivianos, para que de una puñetera vez sepan lo que es pisar un erizo? Como ves, el ser humano, incluso las personas, es insaciable, inconforme, insoportable en su avaricia y su desacuerdo. Y creo que me he ido del tema. Es la costumbre de irme que tengo. Aunque sea del tema.

La voz del pueblo

No era tu caso, es cierto. Lo tuyo fue una corriente del momento, en que la Madre Patria parecía más una madrastra, sin agarrarle bien la onda moderna al mundo, y apeyuncando a la floreciente clase nacional, los que pulían los dineros en la realidad sin pronunciar zetas ni bailar jotas; cubanos sin muchas distracciones, a quienes molestaba el cariz que estaban tomando las cosas. Y como los que más cosas tomaban en ese cariz eran españoles —con un gobierno más o menos totalitario, y hasta despótico— pues se dedicaron como a estar en desacuerdo, y lo que es más peligroso, a manifestarlo por escrito, despoticando en prensas clandestinas, usando el sagrado oficio del periodismo para ello. Y no sólo el sagrado oficio del periodismo, sino hasta la imprenta, lo que es mucho decir. Guttenberg para creerg.

De más está aclarar aquí que en el año 1852 no estaban creadas las condiciones objetivas para un desacuerdo tan insólito, o como para ponerse a manifestar opiniones contrarias a las inversiones extranjeras que hacía España en la Isla. Justamente en 1852 estaba casi recién llegado de Barcelona Pedro Figueredo, Perucho, que habría de escribir la letra de nuestro himno nacional dieciséis años más tarde, ya graduado y haciendo su servicio social en su pueblo, Bayamo.

De manera que armar una conspiración cuando ni el himno nacional está escrito, ni nadie ha planificado quemar la gloriosa ciudad a esa altura, resulta poco menos que contraproducente. Y aunque algunos historiadores formados con urgencia en el Sectarial del Partido crean haber visto en aquellas rebambarambas destellos de viril independencia, no había otra cosa que cierto apego a la modernidad, en una envolvencia muy de los tiempos que corrían, que era arrimar la maraca a la orquesta que mejor tocaba la música, y eso, aquí y en Burkina Fasso, se llama anexionismo, que es una variante menos geográfica de la inclusión de nuestra isla en un entorno más próspero.

Pero quién te convence en aquel momento a ti que dejaras de componer tus impresiones e imprimir tus compuestos. Cuando uno es joven e impresor, no escucha consejos. Yo sé cómo funcionan esas cosas. El cerebro de un joven de 23 años, sin Himno Nacional, funciona de una manera caótica. Si de pronto te hubieran dicho que aguantaras la mano, que aquello era todavía el siglo XIX, y te bajaran esteparia trova sobre condiciones objetivas, correlación de fuerzas, visión global de las fuerzas productivas y todo eso, no habrías sobrevivido al terepe, que era entonces la denominación científica de la embolia.

Y todo apunta —y hasta banquea— que dabas buena impresión como impresor. Un señor que era también tu coetáneo, amigo y hasta anexionista, de apellido Bellido, te describe con estos rasgos: "joven bastante agraciado, de regular estatura, color blanco, ojos verdes, pelo negro rizado, boca pequeña y semblante risueño". Lo hubieras pasado peor si tu descripción fuese: "joven bastante negro rizado, de boca regular, estatura verde, ojos blancos y semblante risueño". Con esa ficha no habrías llegado a la calle Obispo a componer nada periódicamente, y menos a conspirar. Así que nada de impresor, que la impresión de escalador estaba clara.

Cuando te sorprendieron componiendo La Voz del Pueblo Cubano, que era un libelo de alto vuelo, tenías la coartada perfecta. Los gendarmes hispanos no te dijeron, por supuesto, el grácil y moderno "identifíquiti" que la autoridad siboney ha puesto en boga. Quisieron saber quién eras, además de comprobar ocularmente que tenías "regular estatura, color blanco, ojos verdes y pelo rizado"; ellos se encargarían de transformarte más tarde con paciencia peninsular.

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2. Y ahí no pararía...
3. Y mira qué casualidad...
4. Y otra vuelta de tuerca...
   
 
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