www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
Parte 4/4
 
Carta a Eduardo Faciolo Alba
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Y otra vuelta de tuerca antes de que tu suerte estuviera echada y te embarcaran:

"¿elreglanoesbuenimpresor?", y el otro: "ptsé,deniñ onojugabaconplastilinasinoconplomoynoseleconoceunempastelamiento". Y te buscaron, te hablaron, te anexionaron a la idea, te sumaron a la causa —que es como se le dice a jorobarte la vida—, te pusieron las testiculares ideas en las manos, y allá va eso: mira cómo lo cogieron. Salió a la calle el dichoso periodiquito.

Lo peor no fue hacer La Voz del Pueblo Cubano, sino sus resonancias. Y esas resonancias, resonando como resonaron, se me parecen a todas las resonancias, incluso a las actuales, para que veas que el mundo no evoluciona en ciertos sitios, como la calle Obispo.

En la siguiente descripción resumo: "Este primer número circuló en Cuba y fue enviado al extranjero, los periódicos norteamericanos le dieron una acogida favorable y varios de ellos se hicieron eco de la noticia de su aparición. El gobierno colonial no podía creer que los cubanos se hubieran atrevido a tanto y trataron de silenciar el hecho, ni una sola nota salió en la prensa cubana de la época, mientras las autoridades se enfrascaron en descubrir la imprenta y los implicados". Dime tú, solito y sin agarrar la lanchita, si no le estaban poniendo guisasos en los óvulos al tigre.

Y ahí no acabó la cosa. "La imprenta clandestina tuvo que trasladarse a Teniente Rey número 4, donde se editó la segunda entrega de La Voz del Pueblo, con fecha 4 de julio de 1852. El tercer número salió el día 26 de julio". Y para rematar, compraste una imprenta completa en la calle Obispo, con el pelo más rizado, y pasó lo que pasó: "Allí se estaba componiendo el cuarto número cuando fue sorprendida la imprenta por las autoridades españolas el día 23 de agosto de 1852". Un cronista deportivo hubiera dicho que, de pronto, el local se llenó de zetas.

De la imprenta al trullo, la cana, el tanque. Tu madre pidiendo clemencia y el Capitán General sugiriendo que cantaras, que abrieras la pila e hilvanaras los nombres de los conspiradores, que es como se le decía en 1852 a chivatear. Y tú ahí, firme, que nada de nada, aprestando el cuello para el garrote vil, porque no eras tenor ni trovador. Y el juicio, como ha de ser: rápido, cortante, apabullante, sin defensas. Agilidad y mortero. Abrevia Juan, que el tiempo es oro. Te seguetearon el 13 de septiembre de ese mismo año, setenta y un días después, en alegre espectáculo ofrecido al público en la explanada de La Punta.

Por suerte, el gobierno —más o menos totalitario— colonial y español no argumentó ilícitas asociaciones con hampas extrañas. En Miami, en aquel año de 1852, sólo vivían los indios. Y algo me dice que no sabían nada de esa organización fraternal llamada Mafia.

Pero yo sigo pensando que el periodismo, y hasta el ahora en desuso oficio de tipógrafo son bonitos. Claro que haciéndolos lejos de la calle Obispo, y sin esos gobiernos tan suspicaces y sensibles.

Con los plomos fundidos y la plana corregida,

Ramón

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