www.cubaencuentro.com Jueves, 08 de julio de 2004

 
Parte 1/3
 
Carta al Pato Donald
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA
 

Septuagenario y cuácara con cuácara Pato Donald:

Me he dado cuenta de que la vida es como los dibujos; los hay animados y desanimados, que son los que sobran. En algunos lugares, a los animados, les dicen comics, pero no sé cómo se denominan los desanimados de la existencia normal. El desánimo no tiene mucha comicidad, a menos que te hagas un poco el pato —en el mejor de los sentidos— y te dé lo mismo cuá cuá cuaquier cosa, o cua cua cuarenta que ochenta.

Pato Donald

Hay vidas en cinemascope, en pantalla panorámica y en vídeo. Sobre todo en vídeo casero, que parecen más reales pero son una bazofia en calidad. Y las hay en colores, y en blanco y negro, que es la vida que viví en mi país —y no vayan a pensar en lo racial, por favor—. Ahora resulta que los directores usan el blanco y negro para los momentos en que uno recuerda cosas pasadas, y a eso se le llama flash back. De modo que los 37 años que pasé intentando escuchar sinsontes y buscándole sombra a una palma —como dicta el sentido nacional— todo era como recordando, como una fantasía, como en sombras chinescas, que no eran tan asiáticas sino tirando para el Cáucaso.

Así te vi siempre a ti en los televisores de la época, a pesar de que tenías los colores de otras vidas, pero qué me iba a enterar yo de todo eso, si enterarse era malo, malito, dañino y malísimo. Y si te hacías el enterado sin informar a las instancias y enterarlas, te celebraban unos juicios tremendos, pues te habían enfermado el celebro.

Todo lo contrario a mi amigo el Yolo —no se llamaba Yolando, pero siempre decía "Yo lo sé", "Yo lo hago", "Yo lo conozco"—, nacido en una protuberancia del proceso llamada Zafra de los Diez Millones, con otra protuberancia en el labio superior que lo asemejaba a ti, pero en oscuro; entre ornitorrinco y yaguaza, ya que su hilo familiar partía de allá lejos, de las orillas del Limpopo. También su voz se parecía a la tuya, y su personal manera de utilizar el idioma, como si Cervantes hubiera sido un camillero de la Covadonga y no el tronco de manco que fue.

Además de su natural propensión a inventar verbos, el Yolo hablaba casi por semejanzas fonéticas. Decía "ab nominales" para nombrar los ejercicios de vientre, y lo mejor, justificaba que ese era su nombre porque eran contados, estrictos y controlados, o sea, normados o nominales. Los deficientes mentales eran para su léxico "unos sur normales", en un nuevo enfoque de geopolítica en el conflicto Norte-Sur.

Hablaba de los "controles remolques" de la televisión, de "enfermedades verenas"; y se extasiaba nombrando las frutas y vegetales: "cainitos", "guabayas", "maneyes" y "frutabombias" salían del catauro de su boca, que era pico. Y soltaba, como un académico exacto e irrebatible, otras lindezas: "chavaco" por niño, "estélica" por estética, "musolini" por muselina, "espárrago" por sparring, ese héroe del boxeo. En sus convicciones patrióticas no existía la derrota. Por eso afirmaba que el imperialismo no nos podía "derrocar", como si él fuera el poder, el gobierno en pleno. No recuerdo haberle escuchado su versión de la palabra "melifluo", pero sé que hubiera disfrutado mucho escuchándosela. Y no digo nada de "eucaristía" —¿de la vida?—, "homogéneo" o "ditirambo". Una "homilía" era para él una enfermedad de la sangre.

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