Salpafuérico y fracmasónico General Limbano o Límbano Sánchez:

Hasta ayer por la mañana, la Historia era para mí una cosa bastante fácil. No sé si es que apareciste vestido de mambí, o que el desayuno me hizo una bola en la paila cuando descubrí que todo tiene sus matices, su diseño guarabeao, su uniforme de camuflaje. Sólo sé que todo cambió, y que lo que antes era sencillo de clasificar, ahora es una especie de canchánchara de campaña que puede provocarme espasmos, salpullidos, ataques de patriotismo con fiebre y convulsiones, misticismos, espejismos, apnea juvenil, caries en las rótulas —veo al pueblo lanzarse iracundo a las caries. Resuena el lema aquel: "Las caries son de los revolucionarios". No olvidar el conocido himno del odontólogo: "Yo pisaré las caries nuevamente…"—, sílfides, gonococos de agua y de exportación, caída del pelo y de ilusiones, y un largo, ancho, musculoso, abultado etcétera. La Historia ya no es como antes, no señor, no se juega con ella como con plastilina.

Con lo fácil que era para mí pensar —el amado gobierno que ama al amado pueblo del país que amo, facilitaba la tarea— que todo se dividía en malos y buenos; que los malos eran malos cantidad, hasta durmiendo; y los buenos eran tan buenos que tenían que salir a demostrar constantemente lo buenos que eran para que nadie los confundiera con los malos. A eso se resumía todo. Los malos tratando de aniquilar a los buenos, y los buenos no permitiéndoselo, o, si acaso no quedaba más remedio que aniquilarse, lo hacían sin inquina, con un valor y una voluntariedad que uno hasta se quedaba contento.

Y los buenos, al entrar en el fulgurante momento aniquilación —los buenos siempre son "asesinados vilmente"; los malos "ajusticiados"— tenían como un terepe luminoso, un flash mesiánico en que soltaban una tabarra preciosa en la que decían que no había sido en vano y que vendrían otros que recogerían el legrado, y patatín patatán, chifli chifli, tao tao tao, juanparampín, échale semilla a la maraca, estaba la langosta en su salsa, el futuro luminoso. Y uno se emocionaba y salía del cine —que era como la vida misma— como polaco en Varadero.

Parece que había algo parecido a una acumulación de buenos; un overbucking de héroes —todos dejando su conmovedor legrado— y han pasado un ceremil de generaciones, y el futuro luminoso como que no tiene pilas o funciona con otro tipo de energía, y la gente se cansa. Entonces descubro a gente como tú, que eran buenos pero actuaron mal, o tal vez que siendo ligeramente malos, se enrolaron en algo bueno, o para arriba casi buenos, y por el otro lado, medianamente malos; o con sombrero eran una cosa y con pachanguita otra; y el juego se complica, por la teoría del vaso medio lleno-medio vacío. ¿Cómo iba a haber un mambí malo? Ahí fue donde me cayó mal el pan con pasta, el nescafé y los chicharrones de viento fuerza 3-4. Y comenzaron mis sudoraciones.

Antes yo resumía el inicio de las luchas de modo simple, telegrámico: Céspedes con otros señores patricios —que en unos minutos más pasarían a ser próceres, como se pasa de los mánjares a los póstreres— les dice que los gallegos ya, que basta, que no, abolida la zeta, que provoca escupidas al rostro. Céspedes cierra el piano y agarra cantimplora, marcha a La Demajagua. Allí, dotación de bien dotados formada. Céspedes habla. Congos pensar que regresan al Congo; lucumíes a Lucumia, y carabalíes a Carabalia. Los ararás, sin embargo, no saben a dónde irán.