Atortolado y melancólicamente quendi José Jacinto Milanés y Fuentes:

Paseando por la ciudad que le vio nacer —siempre me ha dado una risa casi siquiátrica esa frase de las ciudades que ven. ¿Habrá ciudades miopes? ¿Ciudades con 20-20? ¿Ciudades bizcas?— y a veces tomándome un té aparentemente helado en El Parnaso, pensaba en sus versos, y en uno de sus poemas más renombrados, que me hizo creer, durante mucho tiempo, iniciaba toda una tradición ornitológico-poética en nuestra cultura.

A partir de ahí se sucedieron golondrinas, tiñosas, gaviotas, zunzunes babaeses, carpinteros reales, bijiritas, lechuzas, cóndores que pasan, cotuntos entusiastas, gavilanes cangrejeros, pollos de población, pollitos pitos, guanajos, codornices, directrices, perdices felices, carairas, martines pescadores, gorriones, tocororos y cuanto mamífero con plumas corre, salta, grazna, regurgita, pía, aletea o vuela rasante sobre la roberto faz de nuestra isla.

Y palomas, Dios mío, palomas en todos los puntos cardinales y en todas sus variantes: tórtolas mías, rabiches, aliblancas, de Castilla, buchonas y la variante beisbolera, llamada palomón a segunda. Ahora ya no estoy tan seguro de que La fuga de la tórtola, escrita en 1840, sea solamente un poema. Suena también a título de informe de la Seguridad del Estado contando la deserción de uno de sus agentes.

Otros textos suyos anteriores a su desvelo tortoliano —fuera suspicaces, que los conozco— tienen ese aire mágico, esa mixtura misteriosa, esa wemba rara, entre los títulos de cuadros de pintura, cuadros del partido provincial y cuadros del espionaje: El expósito, La madre impura, El mendigo. Benito Pérez Galdós y Máximo Gorki no saben lo que se perdieron por no comprarle esos títulos. Vargas Vila hubiera hecho milagros también. Habrían sido best sellers en prosa.

Claro que, con la actualización del lenguaje, habría que hacerle algunos retoques, detalles nimios, como al de esa madre carente de pureza, a la que automáticamente me da por retitular: La pura impura o La pura impelfedta, formando un pan con pasta gutural nada agradable. Mejor lo dejamos en algo así como La pura del desmadre o La pureta cochinota e inmoral.

Los estudiosos no lo han llevado bien. Es más, creo que ni siquiera los menos estudiosos lo han hecho. En mi búsqueda incesante de datos sobre las diferentes etapas de su vida —que no son las vulgares niñez, adolescencia, dentición, niñocállateynojodas, edad de la peseta, adulterio o adulterancia, crepitud, increpitud y decrepitud, viejelancia y chochera— hallé esta frase que me ha dejado turulato y poco poético: "Numerosos críticos, expertos y estudiosos han vertido sobre la vida y obra de José Jacinto…". Claro que lo que han vertido son opiniones variadas, pero ya eso me pone cerrero. Uno dedica su vida al sano deporte de la literatura y tiene luego que soportar diversos vertidos del primer aspirante a calandraca que la coja con uno. Eso me aterra. Que uno posea cierta matriz metafórica ya es un suplicio. Pero escribir, a sabiendas de que hay un ejército de desalmados que verterán su bilis el niño sobre nosotros, hace recapacitar e intentar dedicarse a la mecánica o a la jardinería.

Entremos en materia sin verter nada. Y sin hacer juicios apresurados, que soy una persona decente y no el gobierno cubano. Vamos con números, que es lo que menos me gusta, pero lo más cierto e irrebatible que existe, aunque mi falta de capacidad con ese importante renglón de la vida me regaló siete años de matrimonio.