En el escenario principal se representará la heroica Campaña de Alfabetización de la siguiente manera: un bailarín disfrazado de analfabeto —o en su lugar un campesino— recibe una avalancha de farolazos también chinos, golpes de quinqué, y le clavan lápices, para mostrar que la luz del saber vence a la ignorancia.
El Bailarín Principal ejecuta la danza de los Cinco Puntos, que consiste en los siguientes movimientos: punto uno: pie derecho hacia delante. Punto dos: mano derecha hacia arriba. Punto tres: pie izquierdo también hacia delante. Punto cuatro: brazos a la cintura, en jarra. Y punto cinco: brazo derecho levantado como una estatua de Mosfilm. Interpreta el tema Con Lola no se puede. Llega la ayuda soviética. Diez enormes matriushkas ocupan el centro de la escena, y al abrirse, salen constantemente koljosianas. También brotan técnicos extranjeros portando cohetes nucleares. Todo termina con la Victoria de Girón en que nuestros más destacados atletas sirven en cada mesa, una compota rusa. Ojo: también se recomienda el uso de katiushkas —no más de cuatro— disparando sobre los asistentes. Dan un buen juego de luces.
Cuadro cuarto y final: En los laterales se ejecuta un ardiente guaguancó, y de paso, a un bailarín que representa a Cheíto León. Vuelan palomas y el público se las come. Para simbolizar la despedida del argentino, se escucha el tango Adiós muchachos. La escenografía representa un hermoso campo. Este, que no es otro que el campo socialista, comienza a desmerengarse. Ya no hay mucho campo que ver, pero ahí entra Harry Lewis cantando "Pangola, pangola, yo voy a sembrar pangola", y con ello simbolizamos el internacionalismo con el país africano y el comienzo del período especial.
Pasa un figurante disfrazado de albóndiga y todos lo persiguen hasta que aparecen nuestros gloriosos atletas —los que quedan— vestidos de microbrigadistas. Como no hay cemento, salen a la calle a dar cabilla. Aparece el Bailarín Principal cantando eso que dice: "Será mejor hundirnos en el mar,/ que antes traicionar/ la gloria que se ha viviiiiiidooooo".
Tras detenerlo por alentar al suicidio colectivo, sigue el final del espectáculo, que es así: desde una esquina del escenario, y vestido de mambí, un actor que representa a Carlos Manuel de Céspedes toca una campana. Podíamos modernizarnos y que accione mejor una sirena eléctrica, pero no reflejaría la época y el público pensará que hay fuego o que viene la policía a detenerlos.
De otra pata salen cuatro batallones del ejército oriental mientras se escucha una voz que dice: "Esta es una Revolución más verde que las palmas". El verde lo invade todo. Céspedes libera al que pueda demostrar ser mandinga, congo, carabalí, yoruba, y demás pueblos sub saharianos. Se van casi todos los bailarines, aprovechando la liberación, pero quedan otros, como del Ejército Libertador, que hacen una carga al machete contra los espectadores, casualmente de mayoría española. Se arma la de San Quintín y hay quien se excede en el degüello.
Sale fugazmente el Bailarín Principal, bajo una luz parpadeante y solitaria, interpretando, esta vez en tiempo de son, su éxito: Dónde están mis espejuelos.
Entonces usted sale al exilio aprovechando el tumulto, y yo dejo de escribir guiones de cabaret, que me parecen demasiado cargados. Como muy rococós, o tal vez barrocos con berracos.
Pero creo que nadie como usted para haber dirigido una cosa así, genial y heroica, gloriosa y abarcadora.
Queda suyo con el búcaro en la cabeza,
Ramón, figurante |
