www.cubaencuentro.com Martes, 24 de febrero de 2004

 
   
 
Haití: ¿Deberían el gobierno y la oposición acordar una tregua?
por MARIFELI PéREZ-STABLE, Miami
 

Haití se encuentra en el corazón de las Américas. En 1789, en Santo Domingo, 500.000 esclavos producían una vasta riqueza en azúcar, café e índigo, convirtiendo a La Española francesa en la colonia más importante del mundo. Europa, África y el Nuevo Mundo convergían allí como en ningún otro lugar, y sólo allí los esclavos lograron la libertad por sus propias manos. El 1 de enero de 1804 Haití se convirtió en la segunda república americana. Este pasado 1 de enero, sin embargo, los haitianos arribaron al bicentenario de su independencia sin mucho que celebrar, excepto el valor de sus resueltos fundadores.

Herido
Haití, protestas antigubernamentales.

Desde 2000, el presidente Jean-Bertrand Aristide y la oposición se encuentran enzarzados en un combate por las elecciones parlamentarias celebradas ese año. Fanmi Lvalas, el partido gobernante, manipuló los resultados que ya favorecían a sus  candidatos para hacerse con una mayoría aún más importante. La oposición procuró entonces nada menos que la renuncia de Aristide, y éste se ha propuesto mantenerse firme hasta el término de su período presidencial en 2006.

La violencia se ha cobrado dos docenas de vidas. La economía, por su parte, está peor que nunca y, exceptuando algún alivio humanitario de emergencia, la ayuda internacional ha cesado; el 80 por ciento de la población vive en medio de una pobreza cada vez mayor; cerca de la mitad come menos del mínimo diario; la mayoría carece de acceso a agua potable; y los $800 millones de remesas anuales que envía la diáspora, más el 15% de comisión por transporte de toda la cocaína que entra en Estados Unidos, constituyen las únicas fuentes seguras de divisas.

Vitoreado como un Nelson Mandela haitiano, Aristide obtuvo un apoyo abrumador entre los pobres cuando fue elegido por primera vez en 1990. Infundía mucha esperanza este cura devenido político, que prometía a sus compatriotas que Haití finalmente sería aquel "imperio de la libertad" que ambicionaban sus ancestros. Aunque todavía retiene el apoyo de los pobres, Aristide ya no dispone de las mismas lealtades. La oposición brota de todos los sectores, sobre todo de la clase media.

Si bien tanto el gobierno como la oposición tienen culpa en este peligroso punto muerto, Aristide lleva la mayor parte. Fue él, a fin de cuentas, quien inspiró confianza entre los haitianos empobrecidos, pero no ha logrado reforzar las jóvenes instituciones de la democracia haitiana. Aristide ha mostrado mayor celo para hacerse con el poder que para aliviar las deplorables condiciones de vida de sus conciudadanos. ¿Cómo si no explicar la gran manipulación de los resultados ya de por sí favorables en las elecciones de 2000, que sabía pondrían en peligro la ayuda internacional que tanto necesita Haití?

Las demandas de la oposición son razonables: desmantelar las bandas armadas que cumplen las severas órdenes del gobierno, reformar la policía, poner fin a la impunidad y celebrar elecciones con supervisión internacional. Lo irracional es exigir obstinadamente la inmediata renuncia de Aristide. ¿Por qué no aceptar el bluf —si de eso es realmente de lo que se trata— de su reciente oferta de celebrar nuevas elecciones dentro de seis meses? Aunque es más fuerte y de bases más amplias, la oposición no parece lista a corto plazo para destituir a Aristide por la vía de las manifestaciones populares.

Haití, los últimos años
En 1990 asume el poder Jean-Bertrand Aristide. Aparentemente, finalizaba la convulsa transición postduvalierista. Sólo doce meses después, es derrocado por un golpe de Estado del general Raúl Cedrás, lo que le obliga a exiliarse en Washington.
Aristide fue reinstalado en la presidencia por los 20.000 marines que invadieron Haití en 1994. Dos años más tarde es elegido jefe de Estado René Preval, considerado el delfín del anterior mandatario, quien —según analistas— gobernó al dictado de Aristide.
La crisis actual comenzó en 2000, con la celebración de las elecciones legislativas. La oposición acusó de fraude al presidente Aristide y en estos momentos asegura que el presidente impide la modernización del país.

La situación demanda la actuación urgente de todas las partes interesadas. La Organización de Estados Americanos, la Comunidad Caribeña y la Conferencia de Obispos Católicos Haitianos se han ofrecido como mediadores en el conflicto; posiblemente México también lo haga. Francia ha creado una comisión para mejorar sus relaciones con Haití, que deberá incluir una oferta para resolver el tema de los 21,7 miles de millones de dólares que Francia exige como reparación tras la independencia. Por su parte, Washington se encuentra ocupado con muchas otras regiones, pero debería volver su atención un poco hacia Haití.

La crisis, si no llegara a ponérsele un freno, podría rápidamente descontrolarse, a lo que seguiría una nueva ola de refugiados e incluso un aumento de las drogas que llegan a tierras estadounidenses. Una hambruna no estaría muy lejos. Una escalada en la violencia podría traer como resultado una intervención para mantener la paz. Tanto los actores haitianos como los del resto del mundo deberían sentirse obligados a abrazar seriamente el camino de la construcción de la nación antes de que sea demasiado tarde.

El primer paso para alejarse de este abismo sería que Aristide y la oposición acordaran una tregua que abra el camino a la mediación internacional. Si tanto uno como la otra se niegan a reunir la necesaria voluntad política, entonces Aristide se convertirá en un Robert Mugabe caribeño, y Haití en Zimbabwe. En ese caso, todos saldrán perdiendo.

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