www.cubaencuentro.com Martes, 30 de marzo de 2004

 
  Parte 2/3
 
El ajedrez atómico
Una historia de las transiciones: ¿Qué hizo a Gorvachev rechazar la 'doctrina Brezhnev' que precipitó en el caos a los partidos comunistas de Europa del Este?
por JUAN F. BENEMELIS, Miami
 

El duelo coheteril entre los SS-20 soviéticos, con los Pershing-II y los Cruceros, fue el detonador del desplome final del imperio soviético. Así, la partida de ajedrez atómica entraría en un final de peones nucleares, técnicamente perdido.

M. Gorbachov y R. Reagan
Presidentes Gorbachev, Reagan. Diciembre de 1987.

De esa manera es que la perestroika irrumpe en los albores de una nueva (y final) carrera armamentista. Gorbachev consideró que la Unión Soviética debía asumir una doctrina militar estrictamente defensiva: desmantelar la costosa avanzada blindada en Europa del Este y extraer de Alemania los ejércitos de ambos bloques militares. El propio Gorbachev reconoció que el país se había arruinado al desestimar la opción del desarrollo económico tras la desestalinización en los sesenta y optar por una colosal carrera armamentista con el corolario de crear un imperio en el Tercer Mundo.

Gorbachev no sólo impresionó a los más sagaces políticos occidentales, sino que los sorprendió al descartar el uso de la fuerza militar en el Tercer Mundo y entregar sus plazas fuertes de Afganistán, Camboya, Etiopía, Yemen del Sur y Angola. Por otro lado, la situación interna en Polonia se hacía cada vez más crítica y las reformas de economía mercantil introducidas en China y Hungría cobraban mayor importancia.

La era Gorbachev decidió no persistir en el error de su herencia bolchevique y precipitó el reencuentro del utópico comunista —convertido en implacable burócrata— con la verdadera esencia humana que había suprimido.

Ante la imposibilidad financiera y tecnológica de sostener la paridad, y como única manera de frenar el programa de Defensa Estratégica, Gorbachev terminó la Guerra Fría y declaró la derrota soviética, evitando la única opción que tenía el Kremlin: la de desencadenar un ataque atómico sorpresivo sobre Estados Unidos y Europa occidental, como lo habrían hecho Nikita Jruschov o Brezhnev.

Así, negoció los cohetes SS-20 por los Pershing-II, inició el desmantelamiento de las 30 divisiones y los 40.000 tanques emplazados en Europa del Este, y extrajo los submarinos nucleares del Mar Báltico. Seguidamente, aceptó negociar esferas de influencias regionales, como el caso del protagonismo que China, Japón y la India podían tener en Asia, aunque ello implicase el sacrificio de posiciones estratégicas como Vietnam.

Estos repliegues no respondieron al giro reformista de la perestroika, sino a la incapacidad económica de sostener guerras de desgaste, para impedir el desplome del comunismo. La movida entronizó un cambio de consecuencias incalculables, pues la Unión Soviética ya no tenía necesidad de mantener el cordón sanitario de Europa del Este. Por este camino se suscribieron la apertura interna y la supresión de las concesiones a Europa del Este, como las ventas de petróleo subsidiado.

Estas rápidas reformas eran innegablemente dables y refrendadas, cuando no alentadas, por Gorbachev. Las cúpulas rectoras perdieron su legitimidad de gobierno cuando el presidente soviético hizo saber que no podían contar con sus unidades blindadas y que la invasión del Pacto de Varsovia en 1968 era ilegal. Al rechazarse la "doctrina Brezhnev", los partidos comunistas de Europa del Este se precipitaron en el caos.

Los ejércitos nacionales rehusaron, entonces, apoyar a la conservadora nomenclatura, lo cual entronizó el desconcierto en las dirigencias comunistas locales, desató la fuerza del nacionalismo, y llenó las calles, a la sazón, de multitudes airadas que derrumbaron a las dictaduras comunistas. Tal dinámica se repitió en regiones habitadas por minorías, como la de los lituanos, armenios, ucranianos…

Gorbachev aceptó la derrota militar y entonces trató de reiniciar el programa de reformas económicas acariciado por el ala reformista de las propias élites comunistas en el poder —a lo Imre Nagy, Liberman, Komarek y Dubcek— a principios de la década de los sesenta. Una continuación de la corriente desestalinizadora que en esa misma fecha había abortado el grupo Suslov-Brezhnev cuando precipitó el bloque comunista a la búsqueda de la paridad atómica y la superioridad militar sobre Occidente, desestimando el duelo económico promovido por la política de coexistencia pacífica jruchoviana.

Los años entre 1989 y 1993, sin duda, resumieron los eventos más cardinales desde la revolución francesa y las guerras napoleónicas, cuando un gran trozo político del planeta —el bloque soviético— se enfrascaba en una gigantesca ola de reformas.

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