www.cubaencuentro.com Martes, 30 de marzo de 2004

 
  Parte 3/3
 
El ajedrez atómico
Una historia de las transiciones: ¿Qué hizo a Gorvachev rechazar la 'doctrina Brezhnev' que precipitó en el caos a los partidos comunistas de Europa del Este?
por JUAN F. BENEMELIS, Miami
 

La estampida germano oriental hacia Austria y su apoyo a la glasnost precipitó la revolución palaciega de Bulgaria. Polonia se saturó con huelgas de Solidaridad, los checos desbordaron las calles de Praga con demandas de libertad, medio millón de checos y eslovacos suscribieron un pliego de emancipación religiosa, los húngaros colmaron las plazas acusando a los rumanos de genocidio en Transilvania, y las etnias rumanas y húngaras se lanzaron a las calles en la ciudad rumana de Timisoara. Así se dio fin a la inmovilidad brezhneviana de Checoslovaquia y Alemania del Este y a la tiranía rotunda del socialismo familiar de Rumania.

El fin fulminante y drástico del ancien régime en Polonia y Hungría calificaba, más que como una reforma, como una revolución pactada entre dos contrincantes, al combinarse la fuerte voluntad de cambio de la élite reformista del comunismo con la presión popular de base.

Los espontáneos movimientos pacíficos negociaron su protesta popular con la élite comunista. El éxito de la misma en Hungría, Polonia, Checoslovaquia y los estados del Báltico respondió a que las cabezas pensantes de la oposición tenían una idea definida y concluyente de la profundidad del cambio que buscaban inicialmente, las medidas y el marco constitucional que pretendían. Por eso no existió una violencia contrarrevolucionaria, por eso ninguna Bastilla fue tomada, ninguna guillotina levantada. Las farolas sólo servían para alumbrar las calles. Sólo Rumania vio los tanques y los pelotones de ejecución.

Los acontecimientos de Europa del Este inyectaron la dinámica independentista de los estados del Báltico y estremecieron a Rumania, Ucrania y a la Moldova soviética. Pero el socialismo soviético no halló los mecanismos para reformar su economía. En algún momento entre la liberación de Europa del Este y la crisis de secesión de Lituania, Gorbachev perdió la iniciativa política y quedó a remolque de los acontecimientos.

Al desplomarse el comunismo en Europa del Este, el bloque soviético capituló y reconoció la ineptitud del marxismo como método analítico de las sociedades históricas, como filosofía de Estado e ideología política, como un regimentador económico y social. La paradoja fundamental del estancamiento de la perestroika no se debe a la ambivalencia ideológica de Gorbachev, sino al desgarramiento de su papel dual de Martín Lutero y de Papa. Sus medidas eran un asalto al Estado contra sí mismo, como jefe de tal Estado.

La aspiración de Gorbachev se hallaba fuera de tiempo, ya que los noventa no eran los sesenta. La reforma del comunismo ya no atraía a la élite pensante marxista ni a las masas de los países socialistas. Los otrora marxista-reformistas habían pasado a la disidencia buscando el camino hacia una sociedad plural y democrática. El ala pro-reforma hizo causa común con las ideas de las oposiciones, llevando a efecto los pactos y las negociaciones para el desmantelamiento del totalitarismo, y finalmente, al devinir actor político de la transición.

En este escenario, la disidencia y la oposición del Este accionó con impunidad, precipitando una revolución que se movió en dos planos simultáneos: desde arriba y desde abajo, de ahí sus éxitos iniciales. Los marxista-reformistas de la década de los sesenta (György Konrád, Václav Benda, Ion Iliescu, Franjo Tudjman, Iván Szelényi, Adam Michnik, Michael Kovac, Joseph Kuron, Gáspar Miklos Tamás, Arpád Goncz,  Deng Tsiao Ping y demás), dentro y fuera del aparato partidista, conformaron el grueso de la nueva élite política y pensante que inició las reformas en la transición.

En un análisis minimalista se podría decir que el colosal rearme norteamericano en los ochenta, el coeficiente del sindicato Solidaridad en Polonia, con sus dos huelgas masivas en 1988, y la glasnost y la perestroika de Gorbachev provocaron la liquidación del estalinismo, mientras los países socialistas del Este liquidaban el leninismo. Y, por eso, los acontecimientos se escaparon de las manos en medio de una declinante economía, guerras étnicas, retroceso del poder imperial y colapso de los gobiernos comunistas.

Todo el sistema político, diplomático, militar y de seguridad internacional, conocido desde mediados del siglo XX, se vino abajo. De manera insólita se esfumaba la última de las grandes proyecciones imperiales por espacios económicos, lo que clausuró el ciclo moderno iniciado por el imperio inglés. El planeta fue influido por los sucesos de Europa del Este y la antigua Unión Soviética. El mundo occidental, aunque no tuvo que cambiar su sistema —como sí lo hizo el comunista—, ha tenido que ajustarse y adaptarse. Ello hace de la situación actual, uno de los momentos más importantes de la historia humana.

El fin de los imperios raramente se produce de manera higiénica o plácida. Si algo interesa el ejemplo histórico del hundimiento de los imperios es que tal corrimiento nunca se detiene a medio camino. Lo habitual es que la agonía se prolongue después de su muerte. Así, lo que vemos en Europa Central y en los Balcanes, la rémora del imperio Austro-Húngaro desbancado en 1918, y lo que sucede en el Cáucaso y Asia Central es parte de los estertores del Imperio Otomano.

En el caso de imperios basados solamente en la fuerza y el fraude político, como el construido por Vladimir I. Lenin y Stalin, el declive del bolchevismo como ideología viene desde sus inicios, pero las grietas en el poder soviético comenzaron a presentarse en la década de los setenta, cuando el Kremlin aspiró seriamente a construir un imperio mundial con satrapías en todos los continentes y regímenes clientes tan diversos como Cuba, Etiopía y Laos.

El colapso del comunismo puso a la defensiva a los abanderados del socialismo y de la opción del fuerte control gubernamental. El concepto del siglo XX, de que el gobierno tenía la responsabilidad de disminuir la brecha entre ricos y pobres, ya no sería el diseño preferido de las modernas estructuras económicas de los países en pos del desarrollo.

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