Pero, sobre todo, se le propician renovados pretextos a las autoridades cubanas para continuar intentando justificar la represión contra la disidencia interna, ya evidenciada el pasado año, y para mantener en prisión a los activistas políticos y periodistas independientes acusados de conspirar con Estados Unidos. Servirá también este informe para suprimir, entre sus propias filas, cualquier manifestación aperturista respecto a la política oficial, o que así parezca, como se ha hecho desde el V Pleno del PCC de 1996.

Tal pareciera que existe una alianza no pactada entre la administración de George W. Bush y el régimen autoritario de Fidel Castro para que éste continúe en el poder hasta el final de sus días, mientras una parte de la población cree defender la soberanía nacional frente a los planes "del enemigo", y ciertos sectores de la izquierda y la comunidad internacional se alían a Castro en apoyo a "la resistencia del pueblo cubano". El anquilosamiento de la visión sobre las relaciones —o falta de ellas— entre Estados Unidos y Cuba, es común a ambos mandatarios.

Se trata de que, como dice una frase popular, todos los extremos se tocan. Castro lleva razón cuando acusa a Washington de mediar en sus asuntos internos a partir de la emisión de este informe, mientras él mismo ejerce una injerencia intolerable en los asuntos internos de México cuando envía a funcionarios del Departamento América del Comité Central al Distrito Federal, para tratar delicados aspectos del caso Ahumada, no con las autoridades del gobierno de Vicente Fox, sino con los partidos y organizaciones de la oposición, en un evidente esfuerzo por reforzar sus querellas con el gobierno federal.

Por demás, tanto Bush como Castro expresan lecturas desacertadas acerca del panorama político hemisférico, donde debe transcurrir la propuesta de la Comisión. Este es diferente al de los años sesenta, cuando los gobiernos de América Latina rompieron relaciones con La Habana ante su adopción del comunismo como ideología. Diferente también al de etapas posteriores, cuando las dictaduras predominaban en las naciones latinoamericanas. Hoy todos los países del Hemisferio Occidental (Canadá y Caribe incluidos), con la sola excepción de Cuba, pertenecen a la Organización de Estados Americanos y han abrazado los principios democráticos como herramienta de desarrollo.

EE UU, Latinoamérica y Cuba

La visión de Fidel Castro hacia los actuales gobiernos de la región ignora el proceso de democratización, iniciado desde mediados de los años ochenta, y se mantiene congelada en el tiempo cuando los acusa de "lacayos" y "abyectos" en los discursos dedicados a las votaciones de Ginebra.

El gobierno mexicano, acusado de hacer "cenizas" su "prestigio e influencia" por plegarse a Washington en la votación —al decir de Castro—, le respondió a Bush que no votaría en favor de su intervención en Irak, ni extendería su apoyo a las medidas de la Comisión hacia Cuba, a pesar de que sus relaciones con La Habana están en el nivel más bajo de su historia de más de un siglo.

El gobierno de Chile también rehusó apoyar la aventura estadounidense en Irak y, después de votar en favor de la resolución sobre Cuba en Ginebra, manifestó su disposición a apoyar el proyecto cubano sobre los presos en Guantánamo, que La Habana retiró sin someter a votación.