www.cubaencuentro.com Martes, 18 de enero de 2005

 
  Parte 1/2
 
La cámara del terror
Guerras, secuestros y vídeos: ¿La nueva batalla del siglo XXI?
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

La escena aparecida en la televisión norteamericana, de un marine disparando a un iraquí —supuestamente herido y que yacía en el suelo de una mezquita— fue continuada al día siguiente con la noticia de un vídeo que muestra el asesinato de una rehén. Al parecer, la víctima es Margaret Hassan, una trabajadora social británica, nacionalizada iraquí, que estaba en manos de los terroristas desde el mes pasado. Uno y otro hecho se complementan de una forma siniestra, que deja poca esperanza sobre el futuro de la región y el mundo.

M. Hassan
Margaret Hassan, asesinada en Irak, en una imagen de Al Jazeera.

Hay una continuidad entre ambas imágenes, que va más allá de una simple yuxtaposición. La guerra iniciada por Estados Unidos en Irak ha desembocado en múltiples actos de barbarie. La información de estos hechos llega todas las noches a los televidentes. Parecería que hay un empeño sin límites de poner a prueba la capacidad de repugnancia y desasosiego del ser humano.

Para los defensores de la guerra, el asesinato de la trabajadora social es otra muestra de que no hay paz posible con los terroristas. Tras el 11 de septiembre de 2001 —poco importa a estas alturas el hecho de que la tiranía de Sadam Husein no estuviera involucrada en los atentados—, la única senda abierta es el exterminio total de quienes se oponen por la fuerza al modo de vida norteamericano.

Aunque esa no fuera la intención de los secuestradores, su crimen viene a opacar en cierta medida lo que vimos la noche anterior. Estamos en guerra y en ésta siempre ocurren cosas desagradables. Bajo esa óptica, la guerra no fue iniciada por Estados Unidos, sino por quienes lanzaron aviones comerciales contra edificios en suelo norteamericano. Inocentes fueron quienes murieron en la caída de las torres gemelas de Nueva York. Inocente también Margaret Hassan, que durante muchos años no hizo otra cosa que ayudar a los iraquíes enfermos.

Desde el punto de vista de los terroristas, los dos hechos son de igual naturaleza. Todavía está por demostrar que el marine es el autor de un crimen. Para ellos, eso no constituye un problema. No están empeñados en una campaña de relaciones públicas y no les interesa que los consideren culpables. Todo lo contrario, la culpabilidad los engrandece porque así es como juzgan al resto de la humanidad. Asesinar a la señora Hassan —directora en el país del programa CARE International— no es otra cosa que una demostración al extremo de sus propósitos.

Hassan había vivido en Irak por más de treinta años, estaba casada con un iraquí y se dedicaba a la creación de clínicas, al establecimiento de unidades para la atención de pacientes con lesiones en la médula espinal. El mensaje es claro. Ni siquiera es con nosotros o contra nosotros. Se limita a exterminar al otro, negarle existencia a lo ajeno. Poco importó que pacientes iraquíes —que habían recibido atención en los centros creados por Hassan— salieran a las calles de Bagdad con cartelones en árabe pidiendo su liberación.

Objetivo: intimidar

Bajo esta óptica torcida, de nada valen las intenciones de cualquier extranjero que se encuentre actualmente en Irak. No es posible asociación alguna entre naturales y extranjeros. No aspiran a la comprensión de su lucha. Les basta con intimidar: al contrario y a sus seguidores. Desde el niño que lanza una piedra al paso de un convoy militar y se oculta, al viejo que grita una obscenidad a una caravana de tropas, los terroristas los quieren a todos de su lado. Que los invasores y sus aliados miren a todas partes y no vean más que enemigos. ¿Lo están logrando? Si el pueblo iraquí admite en silencio este crimen horrendo, es que el miedo está ganando la batalla en Irak.

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