www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
  Parte 4/5
 
Caída y lastre de un imperio
Una historia de las transiciones: Cuando parecía que Europa del Este y la URSS se abrían a la democracia, emergió el nacionalismo latente.
por JUAN F. BENEMELIS, Miami
 

Estos movimientos de transición buscaban restaurar sus identidades culturales y lingüísticas, que habían sido asfixiadas por el socialismo estalinista; y algunos de ellos lograron la instauración de repúblicas independientes del control moscovita.

El inmenso ensamblaje colonial de los zares, reorganizado por los bolcheviques, estallaría en pedazos, al ser vista como ilegítima la estructura política soviética por sus millones de súbditos. A pesar de que el comunismo soviético había perdido lustre antes de que Gorbachev asumiera las riendas del Kremlin, para toda una generación de figuras tercermundistas éste había representado un modelo alterno de control económico y político, y una fuente de apoyo técnico y militar para aquellos poderes regionales y locales envueltos en el conflicto de la Guerra Fría.

El Estado centralizado erigido por los partidos comunistas y legitimados por la utopía marxista, había conformado conglomerados nacionales ficticios, como la Unión Soviética, Alemania Oriental, Corea del Norte, Yugoslavia…, cuyo destino fue el de reorganizarse en otras divisiones político-administrativas. El concepto siempre fue artificial: un puñado de naciones con múltiples nacionalidades que repentinamente fueron controladas y tuvieron que aceptar una ideología que no deseaban.

Creer que la paz estaba garantizada en el mundo al hacer desaparecer la propiedad privada sobre los medios de producción, era un mito. Stalin impuso un riguroso bloqueo a la China de Mao Tse Tung, tratando de doblegarla políticamente, y Moscú y Pekín estuvieron en dos ocasiones a punto de una guerra total.

El propio Stalin trató de someter de forma similar a la Yugoslavia de Tito, decretando otro bloqueo económico sobre ese país. Vietnam asaltó a otro "hermano" socialista, Camboya, y sostuvo repetidas escaramuzas fronterizas con China. Las tropas soviéticas invadieron varios países socialistas europeos y asiáticos, como Hungría, Checoslovaquia y Afganistán, y amenazaron varias veces a un tercero, Polonia.

Gorbachev no pudo resolver los problemas crónicos de un imperio que ni los mismos zares ni los bolcheviques pudieron entender. El de la Unión Soviética no fue un imperio ordinario, debido a la magnitud de su poder y de su extensión. Lo inexplicable es cómo la URSS, con una industria decadente, pudo ejercer una influencia planetaria a la par del coloso tecnoeconómico norteamericano. Fuera de su territorio, los soviéticos buscaban expandir su doctrina por el mundo, elemento que, sumado a su arsenal nuclear, les concedió un alcance global.

Empeños de la nueva dirigencia

El advenimiento de los noventa en toda Europa del Este fue la evidencia de cómo un gran trozo político del planeta había sufrido un vuelco. Pero existía una diferencia fundamental entre la Unión Soviética y la situación en Europa del Este. El programa de reformas "gorbachevianas" respondía a la apreciación que una nueva generación comunista tenía sobre la difícil situación que atravesaba el país. En lugar de retar a Occidente, se dieron cuenta de que la Unión Soviética se hallaba apartada de los ritmos y normas económicas y técnicas que determinaban el desarrollo, y se acercaba a los del Tercer Mundo.

La nueva dirigencia soviética se percató de que vivía en un modelo decadente y que la curva de la historia irremisiblemente los había apartado de la corriente fundamental por no haber cambiado su percepción interna y externa. El sistema totalitario se hunde cuando está muerto, y el que heredó Gorbachev, el soviético, ya había agonizado.

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