www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
  Parte 3/4
 
El Estado democrático
Una historia de las transiciones: La competencia de civilizaciones en el paso a la 'democracia' de las ex repúblicas soviéticas.
por JUAN F. BENEMELIS, Miami
 

Se pensaba que el nacionalismo había desparecido bajo la sombrilla soviética, pero de pronto reapareció destruyendo muchas sociedades. Los nacionalismos se transformarían en tribalismos. Las maltratadas minorías buscarían una independencia estatal, mientras que otras, maltratadas a su vez por estas minorías maltratadas, tratarían de hacerse espacio a sangre y fuego: los judíos se marcharon para Israel, los armenios para Armenia y los rusos para Rusia.

La eventualidad de que el nacionalismo resultase el único factor de identidad, y la política haya sufrido un proceso de "etnificación", suscitó que se obviasen los formatos cívicos y los derechos democráticos. Por eso en la Yugoslavia post-titoísta se gestó el régimen de Milosevic con su utilización maniquea del nacionalismo.

La Unión Soviética inauguró la década de 1990 atribulada por una ola de movimientos separatistas en el norte y disputas étnicas violentas en las repúblicas del sur, constituyendo la más seria amenaza a la unidad y la autoridad central, en especial las demandas de azeríes, armenios, georgianos, estonianos, letones y otros. Después de Kosovo, Occidente no intervino más allá de los Cárpatos; y el Cáucaso y Asia central se hallaron solos ante el Kremlin como en 1920, cuando Occidente se retiró y los bolcheviques reconstituyeron el imperio ruso.

El espectro político se escindió en otros esquemas paralelos al tradicional enfoque de "izquierdas" y "derechas". De tal manera surgieron los apodados "modernizadores", que sostenían la pretensión de articularse a la comunidad europea, mientras que, al mismo tiempo, retornaron los partidos nacionalistas del período precomunista, como los cristianos, los conservadores, y los campesinos y populistas. Ello implicó que la transición hacia el postcomunismo tuviese lugar, en casi todos los casos, sobre la base de la reafirmación nacional, de la recuperación de la "conciencia nacional", del redescubrimiento de la identidad nacional, o de la secesión a través del nacionalismo.

Una historia de las transiciones
Los orígenes del cambio
JFB, Miami
El ajedrez atómico
El testamento del comunismo
El reciclaje de los comunistas
Los caminos de la democracia
La destrucción creativa
Las recetas económicas
Economía de mercado, inflación y renta
Las sendas de la privatización
Familia de naciones
¿Valores de sangre?

Bajo Stalin y sus sucesores, el socialismo fue identificado con el eslavofilismo, tendencia que se escindió con la perestroika: los reformistas abrazaron la modernización, y los procomunistas, la eslavofilia. Por eso, con la Rusia de Yeltsin-Putin, el rancio nacionalismo tradicionalista ha estructurado el antioccidentalismo.

El haber apreciado —al calor del marxismo— el fenómeno nacionalista como algo del pasado, su inesperado estallido sería considerado como un retroceso inexplicable. Es por ello que la izquierda ha echado manos a otras agendas (de género, discriminación racial, etnicidad, ecologismo…), que supuestamente están fuera de la justicia social.

La izquierda tradicional se abrogaba la representatividad de la racionalidad ilustrada, aferrada a una visión economicista de clase, supuestamente por encima de la nación. Al cambiarse los modelos de trabajo, declinar el peso relativo de las manufacturas y ascender el de los servicios, la izquierda tradicional quedaría sin su anclaje económico clasista. La prosperidad sin precedentes del capitalismo en el siglo XX, y el fenómeno de las transiciones postcomunistas, demostrarían que las clases no eran un producto contingente de la historia económica del siglo XIX, y que aún existían niveles más profundos de lealtad en la etnicidad y el nacionalismo.

El mapa de Asia central

Bajo la rúbrica común de Asia central se incluyen cinco repúblicas ex soviéticas: Kazajstán, Kirguizistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán. Para imaginarse el mapa del mundo emergente en Asia central habría que viajar en el tiempo a principios del siglo XX, al entonces Turquestán, cuyas fronteras occidentales limitaban con el Mar Caspio y las orientales con Mongolia y el Desierto de Gobi.

La franja norte de Irán, Afganistán, Pakistán y la India, que se abrazan a las cadenas montañosas tibetanas y de los Karakorum, eran partes integrantes de esa Asia central, con mayor vinculación a ese mundo que al del sur. Sin fronteras naturales o focos urbanos de importancia, el Asia central siempre ha estado abandonada al caos y a los regímenes incivilizados. Sus planicies no eran un impedimento geográfico para la Rusia de los zares —o la actual resurgente— y la Persia histórica, o el actual hambriento Irán.

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