www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
  Parte 4/4
 
El Estado democrático
Una historia de las transiciones: La competencia de civilizaciones en el paso a la 'democracia' de las ex repúblicas soviéticas.
por JUAN F. BENEMELIS, Miami
 

El centro y casi toda el Asia central se halla en el vasto y fértil valle de Fergana, dominado por los uzbecos, albergue de la mayoría de los islámicos. Históricamente, este valle ha sido una unidad geográfica, y por eso no importa cómo se divida políticamente, pues cada Estado erigido allí siempre va a incluir a minorías beligerantes. En el valle de Fergana, Stalin creó tres repúblicas soviéticas artificiales: Uzbekistán, Tayikistán y Kirguizistán, a las cuales él, al igual que Jruschev, Brezhnev y Gorbachev, dedicó de manera compulsiva al monocultivo del algodón. Uzbekistán fue el más favorecido, al recibir la porción mayor del valle de Fergana.

En el Cáucaso, la tribu y el clan —no las instituciones formales— siempre han sido las claves de la política. Las luchas nacionalistas fueron un problema para las repúblicas musulmanas del Asia central, especialmente Uzbekistán y Tayikistán. La seguridad interna era usada repetidamente para sofocar los motines contra las minorías de los turcos mesketianos, en Uzbekistán, y de los armenios, en Tayikistán. Reverdecían las manifestaciones y los choques sangrientos entre los grupos étnicos rivales del sur de Azerbaiyán, Armenia, Georgia y Uzbekistán. Y las luchas en torno al enclave de Nagorno-Karabag se pondrían al rojo vivo.

Debido a la concurrencia de las influencias turca, persa y rusa, la geografía cultural en este mundo desorganizado del Turquestán es confusa. El mapa del Asia central ha cambiado repetida y radicalmente a lo largo de los siglos, pero es absurdo asumir que no se transforme de nuevo, incluso de manera más drástica. Allí las identidades nacionales son múltiples y policéntricas. No sólo existen pueblos de origen turco, como los de turcomanos, uzbekos, kirguizes, kasajos y uigires, sino también grandes bolsones de persas tayikos, tribus caucásicas, pequeñas islas de tibetanos balti, y razas mogolas. El dilema de los turcos azeríes, más que cualquier otro, es la llave para descifrar el futuro del Cáucaso y de Irán.

Mientras Asia central está señoreada por los pueblos de origen turco, existen islotes de influencia cultural persa. Si los uzbekos son turcos, los tayikos son más o menos pueblos persas. Tanto Bujara como Samarcanda son islotes persas en el corazón de los territorios turcos; por eso, según los mapas y sólo en sentido legal, son partes del Uzbekistán. El fárrago de términos clánicos y tribales, y el embrollo de identidades turcas, no es sólo del lector no especializado, pues ello se extiende también a los pueblos que habitan estas vastas regiones, que no siempre saben con precisión cuáles son sus raíces.

Una historia de las transiciones
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Los caminos de la democracia
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Competencia de civilizaciones

El análisis del académico norteamericano Samuel P. Huntington sobre el supuesto "choque de civilizaciones" no encaja del todo en el Cáucaso y en Asia central. El título de su ensayo es un término romántico que avista enormes ejércitos divididos por raza, lengua y religión, con los pendones de la cruz y de la media-luna colisionando en un descomunal campo de batalla de miles de millas.

Los análisis de Huntington son demasiado simplistas y responden a ejemplos muy específicos, como el choque entre islámicos y cristianos ortodoxos en Bosnia. El Estado-nación de los Balcanes, que fulguró a principios del siglo XX, se hundió en medio de conflictos culturales entre el cristianismo ortodoxo (representado por los serbios y una configuración clásica bizantina de simpatizantes, como griegos, rusos y rumanos) y la Casa del Islam.

Pero la realidad es mucho más fea, compleja y patética que la del caballero de armadura medieval de Huntington. Lo que vemos en Asia central es la anemia de los Estados convencionales y el robustecimiento de aquello que geógrafos y etnógrafos llaman "eco-regiones" o "bio-regiones", o sea, territorios delimitados y homogéneos para cada prototipo de cultura poblacional —con más sentido que los actuales Estados—, como las estepas, las cadenas montañosas, los terrenos cenagosos y los aislados valles ribereños.

Existe una competencia de civilizaciones entre los pueblos turcos e iraníes por las futuras rutas comerciales petroleras procedentes de Asia central; pero es una competencia que tiene otro querellante, los rusos, quienes buscan destruir el plan de ambos —el de los turcos, de acarrear el petróleo al Mediterráneo a través de la meseta de Anatolia, y el de Irán, de transbordarlo al Golfo Persa— y sustituirlo con un designio propio, el de un oleoducto a través del Mar Negro hasta el Estrecho de Bósforo. Sin dudas, componentes que en su momento detonarán para causar una guerra en la región.

El Cáucaso sí es un punto de fricción cultural y racial. Pero donde Huntington ve un duelo de civilizaciones entre armenios y azerbaijanos, la realidad se ha comportado diferente con el Estado islámico iraní, ligando su suerte a la de los cristianos de Armenia y en contra de los islámicos de Azerbaiyán. Ya en el número de octubre de 1993 de la revista Foreign Affairs, el ensayista Fouad Ajami corroboró que en el Cáucaso las líneas de batalla no son coextensivas con las que definen a las civilizaciones, sino que ellas responden a intereses de Estado.

Los turcos azeríes, acaso los chiítas más seculares, no consideran su identidad cultural en términos religiosos, como erróneamente considera Huntington, sino desde la raza turca. Los armenios, igualmente, no luchan contra los azeríes porque éstos sean musulmanes sino porque son turcos, parientes de los que masacraron en 1915 a un millón de armenios. Así, la cultura islámica turca se enfrenta a la cultura islámica iraní en toda Asia y el Cáucaso, y los armenios cristianos son aliados naturales de los iraníes islámicos porque ambos son indoeuropeos.

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