Las reformas transicionales no han impedido la estratificación social que se ha mantenido con fuerzas nuevas. Los "duros" no siempre han sido los más duros, y los "blandos" no siempre los más blandos. Asimismo, no todos los pactos con la oposición y las fuerzas democráticas resultaron iguales, y en ciertos casos no existieron.
Las estrategias respecto al desmantelamiento de los ejércitos nacionales y de los órganos de seguridad del viejo régimen varían de caso en caso. Se han estructurado esquemas de federación, modelos de desintegración, o en otras situaciones se han mantenido los estados originales. Las elecciones no siempre han sido favorables a las fuerzas democráticas y los sistemas electorales no guardan relación entre sí.
En un plano más concreto, resulta obligado recordar que en los últimos años se han manifestado dos grandes visiones de la relación existente entre cultura política y democratización. De acuerdo con la primera, la cultura política preexistente (en ellas se hacen valer por igual vínculos con formulas autoritarias y ultra-nacionalistas anteriores a los sistemas comunistas, así como actividades autoritarias derivadas de estos últimos) está llamada a generar un sin fin de obstáculos para la democratización, en la medida en que contribuye a una eventual involución.
Conforme a la segunda, hay una compatibilidad entre la cultura política existente y la democratización. Y ello es así porque la primera, portadora de los efectos de la larga decadencia de los regímenes burocráticos comunistas, es mucho más similar de lo que parece al presente en la Europa occidental, de tal suerte que en ella predominan actitudes de tolerancia, no-violencia y respeto de los derechos de las minorías.
Según esta visión de los hechos, las diferencias generacionales, y la consiguiente confrontación, se saldan comúnmente en beneficio de los grupos de edad más jóvenes, genéricamente más comprometidos con los valores democráticos. Bien es verdad que, en sentido contrario, el impulso democratizador ha perdido fuerza una vez han ido transcurriendo los años.
En tales esquemas cobraron ascendencia muchas agrupaciones ilegítimas y mafiosas (Georgia, Bulgaria, Belarús, Rusia), que con sus métodos corruptos y violentos se sirvieron sectariamente del poder político y de la propiedad estatal, entronizando la inestabilidad y frenando el cambio sistémico.
Las conexiones del tráfico ilegal con mafias y empresas occidentales y los colosales negocios de lavado de dinero florecieron en las guerras balcánicas, junto a la violencia política en Bulgaria y la bancarrota financiera por la corrupción albanesa, transformándose en un elemento público de primer orden, con profunda incidencia en el incremento económico y la disponibilidad de capital.
La democracia enfrenta serios obstáculos cuando uno considera la política de cafetín de Rumania; la corrupción búlgara; el estado corporativo albanés; y los vacíos del poder en el Cáucaso, vacío que en estas nuevas democracias, por débiles y por carentes de instituciones, fue llenado por el crimen organizado: Georgia y Chechenia con sus mafias de familia, los búlgaros con sus grupos gangsteriles.
Los parlamentos en los Estados de la transición aún son débiles ante la pujanza de los aparatos ejecutivos, que controlan recursos económicos y sociales vitales del país. En los parlamentos, los partidos sólo luchan por el voto y luego olvidan las plataformas electorales. Los distritos electorales se diseñan arbitrariamente buscando favorecer a tal o cual partido, atomizando la fuerza política ciudadana. Los diputados no se mantienen fieles a los votantes de sus circunscripciones, sino a los capos partidistas que les nominaron como candidatos.
Así, el derecho de exigencia del elector para con su diputado no pasa de la formalidad. La participación popular en la vida política se limita a leer y escuchar las proclamas y los discursos en la prensa, en la radio o por la televisión, y en ciertos períodos votar por un partido que pueda gobernarles.
La transición ha sido incapaz de guiar el antiguo bloque soviético hacia un progreso democrático; el denominador común ha sido su inhabilidad para generar un modelo de transición viable. Muchos de estos países van gestando sistemas políticos que, si bien difieren del anterior comunista, no son en sí democráticos. Eso tiene que ver con la historia, economía y geografía del país en cuestión.
En definitiva, la transición en los antiguos países del bloque soviético se acerca más a las reformas que pedían los grupos menos ortodoxos de los aparatos partidistas y estatales. |