www.cubaencuentro.com Jueves, 20 de marzo de 2003

 
  Parte 2/2
 
La urgencia innecesaria
¿Vale la pena para Estados Unidos destrozar todo intento de orden internacional por el conflicto de Irak?
por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA, Madrid
 

Si la ocupación de Afganistán no consiguió la captura de Osama Bin Laden, la de Irak no servirá para nada, al menos en el sentido de evitar acciones terroristas. Tal vez ocurra exactamente lo contrario. Limitarnos a ver en el 11S un simple acto de maldad es sumamente peligroso, además de pueril. Recordemos que sus protagonistas estaban lo suficientemente motivados como para perder sus propias vidas junto a las de sus víctimas. El análisis de semejantes motivaciones puede ser mucho más útil y preventivo que cualquier forma de guerra u ocupación. Con la caída del imperio Otomano después de la Primera Guerra Mundial y tras la instauración por la fuerza del estado de Israel, después de la Segunda, el Medio Oriente ha estado sometido a un conjunto de tensiones cuya lectura, para árabes y musulmanes, ha sido que Occidente les ha impuesto un estatus sin contar para nada con sus propios intereses. Durante las conversaciones de paz de Camp David comenzó un proceso esperanzador que se ha visto seriamente dañado, si no del todo frustrado, por la actitud abiertamente desafiante del gobierno de Israel, lo que ha motivado, a su vez, una reacción desenfrenada por parte de los extremistas palestinos, todo lo cual ha devenido en una espiral de violencia que no es ajena a los sucesos del 11S.

Tras la desaparición de la Unión Soviética y su bloque, los Estados Unidos han quedado como la única gran potencia militar del mundo, desde ese punto de vista, ningún país puede enfrentársele ni impedir sus designios. Ese poderío, totalmente desconocido en la era moderna, exige de su propietario un uso sumamente discreto si pretendemos un mundo más pacífico y regido por otras leyes que no sean las del más fuerte. Toda diferencia en el reparto de la riqueza y del poder genera resentimientos. Si los usufructuarios de riqueza y poder ejercen, además, la prepotencia, el resultado suele ser que los resentimientos se conviertan en acciones moralmente justificables para quienes las emprenden.

Hay suficientes antecedentes que demuestran que las acciones políticas y militares, si no están sustentadas por una visión de largo plazo, pueden producir efectos contrarios a los objetivos que se proponen. La guerra de Viet Nam, la ocupación soviética de Afganistán y el apoyo de Estados Unidos a Irak para que sirviera de freno a los entonces demoníacos ayatolas iraníes, son algunos ejemplos de las consecuencias nefastas de una visión cortoplacista de la política internacional.

Hasta el momento del ultimátum, la situación era la siguiente: un grupo de inspectores, legitimados por las Naciones Unidas, realizaba una investigación cuyo objetivo era verificar que Irak había cumplido las condiciones que le fueron impuestas por la comunidad internacional durante el armisticio que detuvo la Guerra del Golfo. Hay suficientes elementos para sospechar que dichas condiciones no han sido cumplidas, pero no los suficientes para demostrarlo. Es evidente, además, que Sadam Hussein ha hecho toda la resistencia posible para evitar dicho cumplimiento. Pero la acción de los inspectores, combinada con la amenaza de una acción militar plenamente legitimada por los organismos mencionados, y la aplicación de unos plazos razonables para el cumplimiento de cada uno de los pasos pendientes, habría desembocado, dentro de unos meses, en una demostración inobjetable de que se había concedido todo el tiempo requerido por los expertos. La vía diplomática se habría cerrado con un más que probable consenso entre los miembros del Consejo de Seguridad.

A partir de todo ello, cabe preguntarse por qué es tan urgente la ocupación militar de Irak, prescindiendo incluso de la legitimación de esta acción por parte del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, sobre todo teniendo en cuenta las enormes ventajas que se obtendrían con un poco de paciencia. Se han barajado muchas hipótesis acerca de esta urgencia, desde las estrictamente militares a la política doméstica norteamericana. De todas, la única que parece fundamentada, es la necesidad que tiene el gobierno de los Estados Unidos de demostrar algún resultado a su propio pueblo, en su empeño por vengar la afrenta del 11 de septiembre, así como de dejar sentado su poderío a nivel internacional.

Lo que hoy se está debatiendo va mucho más allá de la actual coyuntura. El gobierno del presidente Bush tenía hasta hoy en sus manos la decisión de cómo se estructuraría el orden internacional durante las próximas décadas. Podía asumir la paciencia como una virtud y propiciar que dicho orden se sustentara sobre la legitimidad. Pero ha decidido asumir unilateralmente las funciones de juez y parte, con lo que el mundo en que vivimos se convertirá en un lugar mucho más inseguro en los próximos años. Y conste que, si las cosas siguen como van, la porción menos segura de ese mundo darwiniano en lucha feroz por la supervivencia del más fuerte va a ser, sin lugar a dudas, los propios Estados Unidos y los países que lo apoyen en semejante aventura.

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