www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
  Parte 2/4
 
¿Sin Bush?
Déficit fiscal, gasto bélico y aislacionismo galopantes ponen en duda el futuro político del presidente norteamericano, a casi un año de nuevas elecciones.
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

El lograr esta involución —iniciada por el gobierno retrógrado de Ronald Reagan e impulsada por la existencia de un mundo unipolar— es el ideal del republicanismo posterior a la guerra fría. Una doctrina agresiva que busca el establecimiento de una sociedad controlada por una élite corporativa, fundamentada en la utilización del poderío militar como único instrumento de disuasión a nivel mundial, con una moral estrecha y parroquial para medir el comportamiento ciudadano y destinada a perpetuar y expandir las ganancias empresariales, reduciendo o eliminando los beneficios sociales. Esos son los principios básicos del neorrepublicanismo desde que la facción fundamentalista sureña —con su poderosa maquinaria política y de recaudación de fondos— logró adueñarse del partido.

Manifestación
Hegemonía + aislacionismo = rechazo internacional.

Bush es el representante de un movimiento reaccionario radical, que sólo persigue la disminución del gobierno federal con el fin de permitir una expansión sin límite de los poderes de las grandes empresas, al tiempo que alienta el crecimiento de este mismo gobierno como punta de lanza de los intereses corporativos. La ejecución de esta política se traduce en menos fondos para las funciones de regulación y protección a los ciudadanos y al medio ambiente, al tiempo que dedica más dinero para los gastos militares y las labores represivas.

En el ámbito internacional —¿cómo sería un mundo sin Bush de presidente?— no hay duda de que el actual mandatario y su equipo han hecho claro que el concepto de "globalización" es para ellos un simple disfraz hegemónico: con nosotros o contra nosotros.

Sumarse a esta política puede costar muy caro a otros gobernantes, como comienzan a verlo Blair y Aznar. Bush ha hecho trizas toda la solidaridad mundial surgida tras los atentados terroristas. No hay justificación posible para una política conciliadora ante la amenaza terrorista del fundamentalismo islámico. Pero oponerse a la maldad no es darle carta blanca a los halcones de Washington. Atacar a los terroristas no es omitir las causas de las que se nutre el terrorismo.

No se trata de justificar estas acciones. Es partir del principio de que el terror se combate con dureza, pero la paz no se alcanza por la fuerza. Un nuevo orden mundial no se construye con invasiones y misiles. No sólo en Irak. La Casa Blanca es responsable del callejón sin salida en que se encuentra la crisis entre palestinos e israelíes.

Estados Unidos ha vuelto a olvidar a Latinoamérica —al igual que hizo Clinton— y no ha avanzado un ápice en una política más coherente en relación con Cuba. Es cierto que el resurgimiento de la izquierda latinoamericana poco tuvo que ver en sus inicios con el gobierno de Bush —la oposición a la guerra de Irak es un pretexto socorrido por quienes buscan beneficiarse de un conflicto mal fundamentado y cuyas consecuencias aún resultan dudosas en el mejor de los casos— y guarda una relación directa con el fracaso neoliberal en la zona; pero salvo en la lucha contra el problema de la corrupción endémica, poco puede anotarse en su favor un gobierno que surgió con la voluntad expresa de mirar al sur. Respecto al régimen de La Habana, la única preocupación evidente es evitar a toda costa una avalancha migratoria. El Norte ni siquiera tiene interés en mostrarse "revuelto y brutal" respecto a Castro; le basta con que éste controle las fronteras.

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