www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
  Parte 2/4
 
Tan cerca y tan lejos
Miami, Madrid y Washington en las excarcelaciones de algunos disidentes: ¿Existe una tercera vía?
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

Por eso el gobierno español se ha ganado la ira de Estados Unidos, expresada por el subsecretario de Estado norteamericano para América Latina, Roger Noriega. Se puede analizar hasta dónde se le ha seguido el juego a Castro y cuánto hay de maquiavélica en una jugada que utiliza a los prisioneros como peones de cambio. Pero no se puede negar el resultado positivo de la movida.

En resumidas cuentas, no hay que olvidar que lo que ha estado en el tapete durante todo este tiempo es lograr la excarcelación de quienes han estado sufriendo condenas injustas. Restarle méritos a un triunfo parcial, rechazar la gestión del gobierno del presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, es preferir el sufrimiento de otros con tal de mantener la preponderancia de un punto de vista. Una actitud que es muy fácil de mantener desde la comodidad de un lugar limpio y bien iluminado.

La llamada "línea dura" del exilio ha criticado a Rivero por decir que él no fue torturado mientras estuvo preso. No se ha detenido en el hecho de que el disidente especificara que la afirmación se refiere a su caso en particular. Poco importa que aclarara que sus palabras no implican una generalización. Para quienes lo ven todo en blanco y negro, cualquier matiz es una herejía.

En el extremo opuesto, algunos que en esta ciudad rechazan la intransigencia del exilio histórico, pero a la vez se niegan a criticar la gestión del régimen de la Isla —o se limitan a generalizaciones históricas vagas— se han lanzado a enfatizar que algunos disidentes afirman que no fueron vejados y maltratados.

En el amplio espectro político de Miami, unos y otros confunden las palabras en beneficio propio. Tan lamentable como el reproche a una declaración sincera, es el aprovecharse de ella para tergiversarla. No hay justificación para la represión. Recurrir a la ausencia de la tortura física para defender a un régimen que encarcela —sin otro motivo que evitar el más mínimo cambio— es un acto de complicidad.

La vejación existe desde el momento en que una persona es encerrada por el simple hecho de escribir. El maltrato se ejemplifica en forzar a alguien a permanecer durante meses en una celda tapiada. El abuso en Cuba es parte de la existencia diaria. Pero al mismo tiempo, hay que admitir la capacidad de un sistema que en estos momentos puede prescindir de las desapariciones, la picana eléctrica y los electrodos aplicados a los genitales.

Quienes se aferran a una visión esquemática de la realidad cubana, no están condenados al exilio eterno. Tal destino puede ser una condición vital para algunos. Pero no para ellos. Su problema es de otra índole. Padecen de una actitud esquizoide que los obliga a vivir en una realidad que sólo se materializa en unas pocas calles de una ciudad. La patria, el país de origen o el ideal de futuro reducidos a una utopía reaccionaria.

La libertad como represión

Esta visión retrógrada ha encontrado su caja de resonancia en la actual administración norteamericana. Están errados los que confunden una conveniencia política y una ideología pasada de moda, con una solución a la crisis cubana. El futuro de la Isla no se resuelve con las declaraciones de un funcionario como Noriega, que mal interpreta la gestión del gobierno español para justificar la inercia norteamericana.

Tampoco hay que anteponer el efecto a la causa. Son las sanciones de la comunidad europea las que han desempeñado un papel fundamental en favor de la salida de prisión de algunos disidentes detenidos. Pero sin descartar el valor de un cambio de actitud en el momento apropiado. Todo se reduce a un juego político. Sólo que hay que jugarlo en favor de quienes están confinados en un calabozo.

Es inmoral y mezquino —como ha hecho más de un comentarista radial— el esgrimir la bandera de la intransigencia frente a Castro desde la comodidad del exilio, donde la comida diaria y una vivienda segura están garantizadas más allá de lo que ocurre en la patria. Al igual que el régimen de La Habana, la industria anticastrista necesita de las prisiones para mantenerse.

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