www.cubaencuentro.com Jueves, 27 de enero de 2005

 
  Parte 1/2
 
El futuro como meta
Impedir la continuidad dinástica del régimen y evitar mayores sufrimientos a las generaciones venideras. ¿Vale o no la pena mantener el embargo?
por JULIáN B. SOREL, París
 

La polémica en torno al embargo que el gobierno norteamericano mantiene sobre el comercio con Cuba parece arreciar a medida que se acerca el final del régimen de Fidel Castro. El triunfo del presidente George W. Bush y de su partido en los pasados comicios, junto con las medidas orientadas a una aplicación más severa de las restricciones económicas, han provocado un espasmo literario en muchos de los que acariciaban ilusiones acerca de un cambio de orientación de la política estadounidense hacia la Isla.

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Discursos en vez de alimentos: ¿Es el embargo el culpable?

Grosso modo, las críticas al embargo proceden de dos grupos bien definidos. Los castristas y sus secuaces lo atacan porque consideran, con razón, que su eliminación constituiría una resonante victoria política de La Habana y les aportaría pingües dividendos, que servirían para apuntalar el maltrecho comunismo tropical.

La llegada irrestricta de inversiones y turistas norteamericanos a Cuba, unida al comercio y el acceso a los créditos de las organizaciones financieras internacionales, les permitirían arbitrar una solución de estilo chino (mejorar la economía preservando el monopolio político), que ahora, por razones obvias, no pasa de ser una calentura onírica.

En el otro grupo figuran los anticastristas que lo critican por razones estrictamente opuestas. El embargo —aseguran— es un fracaso porque después de 40 años no ha logrado derrocar a Castro y su recrudecimiento no haría más que aumentar las penalidades que padece el pueblo cubano. Su abrogación marcaría el principio del fin del castrismo, porque lo privaría de la coartada de la "agresión imperialista" y crearía las condiciones económicas para una transición democrática, autónoma, no tutelada por la Ley Helms-Burton. En el mejor de los casos, se trata de una coincidencia táctica de dos estrategias divergentes. La política, ya se sabe, suscita extrañas nupcias que a veces llegan a ser contra natura.

La lógica y las motivaciones del primer grupo son evidentes, por lo que no merecen mayor comentario. Más interesantes y complejos resultan los planteamientos de quienes se oponen, a la vez, a Castro y al embargo.

¿De derrota en derrota hasta la victoria final?

Primero, cabe considerar el argumento humanitario. El consumo y el bienestar de la población no han sido nunca, en casi medio siglo, una prioridad del régimen cubano. En general, los criterios económicos han permanecido siempre subordinados a las prioridades políticas y militares, incluso (o más bien, sobre todo) en aspectos como la enseñanza y la salud pública, reclamos propagandísticos del sistema.

Las ventajas económicas que acarrearía al gobierno de Cuba la plena reanudación de los negocios con Estados Unidos no redundarían necesariamente en la subida general del nivel de vida de la ciudadanía. En cambio, sí beneficiarían considerablemente a la dirigencia burocrático-castrense del partido único, que ya llevó a cabo su peculiar piñata, en previsión del inminente mutis del comandante único. Véase al respecto cómo las empresas extranjeras emplean a los cubanos en condiciones laborales onerosas, en abierta violación de las normas de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

En cuanto al aspecto político del asunto, es preciso matizar los conceptos de "fracaso" e "ineficacia" que tan festinadamente suelen aplicar los adversarios del embargo. Si se adopta ese punto de vista para mirar al siglo XX, es posible afirmar que toda la política exterior de Estados Unidos con respecto a la Unión Soviética, de 1917 a 1989, fue un rotundo fracaso. Como se sabe, ninguna de las medidas aplicadas en ese período provocó la caída del régimen soviético. Fueron 72 años de reveses continuos que concluyeron, paradójicamente, con el colapso del comunismo en Europa. Como diría Gadaffi: de derrota en derrota, hasta la victoria final.

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