www.cubaencuentro.com Lunes, 13 de junio de 2005

 
  Parte 1/3
 
Un plano para salir del castrismo
Pese a la elevada dosis de escepticismo, la reconciliación nacional, la modernización y la recuperación de la libertad de expresión, son tareas que permiten soñar con un porvenir más seductor.
por JULIáN B. SOREL, París
 

A medida que se agravan en Cuba los síntomas de senilidad del régimen y de sus principales gestores, proliferan los esfuerzos orientados a buscar una salida pacífica de la crisis. Algunos académicos se refieren a este proceso como la "agonía" del castrismo. Pero la expresión parece hiperbólica. No hay agonía política que dure 16 años, que es el tiempo adicional que el gobierno cubano ha sobrevivido tras la caída del Muro de Berlín.

F. Castro
Fidel y Raúl Castro: ¿el porvenir será el pasado?

La conciencia de la hondura y gravedad de la crisis, y de la inexorabilidad del cambio inminente, ha generado un esfuerzo teórico considerable en las filas de la oposición, tanto dentro como fuera de la Isla. En los últimos meses se ha publicado media docena de documentos, bien pensados y redactados, que examinan todos los aspectos de la situación y proponen medidas encaminadas a lograr un tránsito pacífico hacia un régimen que garantice los derechos, respete las libertades y propicie el desarrollo económico.

Por lo pronto, esos trabajos tienen la virtud de existir. Quiero decir, que constituyen un paso hacia un amplio debate nacional sobre temas esenciales. Cualquiera que tenga dos dedos de frente, lo mismo si milita en la oposición que si es miembro del partido único de gobierno, se da cuenta de que el castrismo, en su forma actual, no sobrevivirá a su creador. Como ocurrió en España, al morir Franco, o en China tras la desaparición de Mao, el sistema ha incubado —muy a su pesar— los gérmenes del cambio. Hoy predominan en el país otra mentalidad social y otras relaciones económicas, y todo eso acontece en un nuevo entorno mundial.

Huérfano de ideología tras el naufragio del socialismo real, el castrismo carece hoy de proyecto de futuro y va tanteando rumbos, según soplen el humor de su caudillo y los vientos de la economía mundial. El discurso oficial pasa así del comunismo dinástico al capitalismo de Estado, del "período especial" al bolivarianismo subsidiario, y de la petrificación constitucional a la exaltación del modelo chino (sin explicar, por supuesto, cómo se labró el éxito de Pekín). Estos bandazos tácticos serían risibles, si no fuera por el sufrimiento que infligen a la población.

Resulta evidente que el propósito exclusivo de todas esas improvisaciones es preservar el poder personal del caudillo y mantener, en lo posible, el status quo. Pero eso es poner puertas al campo. A lo más que alcanza un esfuerzo de esa índole es a bosquejar un panorama de corto plazo, de arbitrios y paliativos insuficientes para asentar un diseño de vida colectiva capaz de ilusionar a una fracción importante de la ciudadanía. Todo el que en Cuba tenga actualmente 20 años de edad y un poco de sentido común, sabe que ese régimen tan sólo puede depararle sacrificio estéril, sumisión, fracaso y pobreza.

El porvenir que el castrismo le reserva, en el mejor de los casos, se parece muchísimo a un pasado ya caduco. Y aunque en la escuela le obligaran a jurar que cuando fuera mayor sería como el Che Guevara ("asmático", repetía por lo bajini un condiscípulo mío), lo cierto es que el cubano o la cubana joven de hoy sueña con llegar a ser como El Duque Hernández, Lucrecia, Paquito D'Rivera o Zoè Valdés.

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