www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de febrero de 2003

 
  Parte 1/2
 
Redadas y algo más
El Gobierno hace la guerra a narcotraficantes y consumidores. Pero no sólo el entramado de la droga sufre la nueva cruzada gubernamental.
por ADOLFO FERNáNDEZ SAíNZ, La Habana
 

Una gran batida nacional contra la droga está sacudiendo la sociedad cubana. Los estupefacientes campeaban por su respeto no sólo en los grandes centros urbanos, sino en parajes donde nadie pensaría que habían echado raíces.
Control de drogas
Un perro que se la huele.
Tanto en Zaza del Medio y Yaguajay, en la provincia de Sancti Spíritus, como en la populosa Habana, proliferaban desde la vulgar marihuana hasta la costosa cocaína y el nocivo crack, pasando por fármacos como el anestésico ketamina. Los que la producían, traficaban, almacenaban o consumían están siendo arrestados, sus casas registradas y sus propiedades confiscadas.

La droga había estado invadiendo la sociedad durante años, bajo la mirada vigilante del Estado y sus mecanismos de control. Hasta hoy nada —o muy poco— habían hecho por ponerle coto. Ahora han comenzado a proceder en grande.

Los operativos siguen un mismo patrón en todas las regiones. Precedidas por perros que olfatean la droga, llegan las autoridades e irrumpen en casas, solares y barrios marginales. Siempre en horas de la madrugada, y transportadas en ómnibus de turismo —no en vehículos policiales—, vienen equipadas con martillos neumáticos para levantar el piso en caso necesario. Proceden a arrestar a los implicados y quién sabe a cuántos inocentes más.

En los registros, la autoridades no se limitan a buscar estupefacientes. Cualquier cosa que parezca ilegal despierta su interés. Desde un saco de leche en polvo hasta una computadora. Decomisan muebles, efectos eléctricos y roperos, e incluso descuelgan lámparas del techo. Sellan casas y apartamentos.

En muchos casos los infractores no tenían en su vivienda la prueba del delito, sino que usaban la de la suegra o la amante para guardar la sustancia prohibida o cuantiosas sumas de dinero. Pero la red de apoyo también es capturada.

La policía, en ropa de civil, pregunta por la procedencia de artículos nuevos o caros y pide a los dueños los títulos de propiedad. Acarrea todo lo que le parece sospechoso, en ausencia de un representante legal de los presuntos delincuentes. ¿Habrá entre ellos algún inocente? ¿Habrá propiedades bien habidas entre las decomisadas?

Pero la batida va también contra vendedores ilegales de productos tan inocuos como caramelos o cucuruchos de maní. Ancianos y mujeres son arrestados y multados tras decomisársele sus mercancías. Artesanos que practican un oficio sin licencia han visto cómo les confiscan incluso sus herramientas de mano.

En Cuba ha crecido una gran capa marginal, producto de las enormes carencias materiales, los salarios de miseria y los controles absurdos. ¿Quién no ha tenido que comprar en el mercado negro? ¿Quién, aparte de la cúpula gobernante, no ha adquirido artículos de dudosa procedencia o pagado a sobreprecio? ¿Cuántos obreros, empleados y vendedores no han sustraído los mismos artículos que producen, transportan, almacenan o venden? ¿Cuántos no han violado regulaciones para buscarse la vida practicando un oficio?

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