www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de febrero de 2003

 
 
 
Yo no hablo con muñecas
por RAúL RIVERO, La Habana
 

La vio rígida, como pasmada dentro de la caja, y para toda la vida se le quedó en la memoria la mirada de la muñeca Lilí. Quería ser dulce y era vacía y estúpida, recuerda hoy, muy lejos de aquel 6 de enero de 1955.

Muñeca

Su padre, un ejecutivo de los refrescos Orange Cruz en Santa Clara, le compró el juguete la víspera, y junto a la madre esperó que Ana Lidia se despertara.

La muñeca decía mamá y papá. La niña la miró un rato y se volvió a dormir. Pensé en los reyes magos, como tenían tanto trabajo no podían conocernos a todos y estuve dispuesta a perdonarlos.

Para el próximo año pedí rompecabezas, libros, lápices de colores y ropa. Así, hasta que descubrí todo. A tiempo, porque enseguida, después del 59, intervinieron el depósito de refrescos y mi padre terminó camionero con un sueldecito que no nos alcanzaba para comer.

Llegaron unas becas y yo quería irme a conocer la vida. Fui a parar a un tecnológico en Quivicán o San Antonio, y me hice especialista en no sé qué cosa.

En los albergues alumbrados con lámparas que habían sido tubos de pasta y en los baños con duchas que eran latas acribilladas, descubrí que me gustaban las mujeres.

Ana Lidia Calero Dobaño se calla y toma un trago de cerveza. Está en su reino y me mira desde el trono, una silla de hierro que se para en dos patas.

En el cuarto, que hace esquina, se asoma a la calle Infanta y echa música por las bocinas de un tocadiscos Vega —made in URSS—. No me lo cuenta a mí, se lo dice al techo de la barbacoa.

Eso acabó con mi vida. Una vez nos sorprendieron a una amiga y a mí besándonos en el almacén del hotel donde yo era de abastecimiento. El beso me persigue.

Más nunca levanté cabeza. Esta cuevita la conseguí porque la dueña hizo un matrimonio falso con un gallego ahí y se fue.

Mira como estoy. No llego a los sesenta y parezco hermana mayor de mi mamá. Mucho fuego me ha pasado por las manos en los campamentos. Siempre entre la caldera, los calderones negros, la leña y las fajazones. Los sufrimientos y las incomprensiones. Una vida sin poder decir lo que siento.

Nada de política. Con mi tragedia tengo. Vivir y ganarme lo mío y lo de la mujer que me guste. Frente al fogón. Diez o doce cajitas al día para mi clientela fija y un servicio extra de vez en cuando.

Una vez fui a un psiquiatra. Empezó a preguntarme de mi infancia. Le conté eso de la muñequita que hablaba y de ahí me sacó tremenda teoría. Ganas de hablar sandeces.

No me dio la gana de jugar con aquel tareco tieso, voz de pito y pelo de soga. La muñeca Lilí no tiene nada que ver con lo que fue después mi vida. Este es el destino y estaba escrito. A veces tengo momentos de felicidad. Soy lo que soy y sanseacabó.

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