www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
  Parte 3/4
 
¿Cuba con Coca Cola?
Venturas y desventuras del trabajo por cuenta propia. Memoria y presente de un experimento social.
por MIGUEL A. GARCíA PUñALES, Madrid
 

"Hombre ocupado, enemigo anulado"; parecía ser la máxima de ese momento dentro de la política del gobierno. Adicionalmente, se aprovechó la ola para dar la impresión exterior de que se abría a transformaciones liberalizadoras. Era muy común por esos días de 1993 observar grandes estampidas humanas de merolicos, al ver en determinados momentos a un camarógrafo de la televisión grabando una feria. Todos temían que fuera una encerrona de la policía para grabarlos y hacerles terminar como sus homólogos de 1981.

Numerosos personeros del régimen —Carlos Lage, por ejemplo— fueron vistos en muchas de estas ferias acompañados por extranjeros. Hoy sabemos que "cabildeaban" para convencer al mundo de que el gobierno cubano se estaba abriendo a su población, cuando en realidad lo que les interesaba era sólo eso, convencer, para acceder a nuevas fuentes de financiamiento, y ganar en credibilidad.

Las recomendaciones económicas del asesoramiento efectuado —a petición de la parte cubana— por el ex ministro español de Economía Carlos Solchaga, se aplicaron al estilo cubano. Es decir, se fabricó un bodrio ecléctico que permitió al entonces ministro de Exteriores Robaina propagar por el mundo que ya habíamos tocado fondo. Se le olvidó decir que el fondo cubano se comporta como los récord de Pipín: siempre pueden ser superados en profundidad.

En ese mismo año de 1993 se decidió, al fin, legitimar el experimento. Fueron creados los mecanismos de control, una agencia estatal específica para ello —ONAT—, que más tarde serviría como aparato de estrangulación a los propios emprendedores, que sin proponérselo sirvieron de mecanismo de compensación social a un sistema que se encontraba en los estertores de la agonía.

De todos los espacios urbanos cubiertos por la nueva ola de comercialización, el más importante, sin ninguna duda, fue la feria establecida en la calle G de la barriada de El Vedado, en pleno corazón turístico de La Habana y a un kilómetro escaso de la Plaza José Martí, es decir, a la vista del centro del poder estatal.

Sus orígenes, como los de otros grupos o "brigadas de artesanos", estuvieron relacionados con funcionarios del Poder Popular, y además, con cuadros intermedios de la Unión de Jóvenes Comunistas.

Lo cierto es que para fines de 1994 —a pocos meses de la válvula liberadora que significó para el régimen la salida masiva de balseros y el "renacimiento" del mercado campesino— la feria de la calle G desplazó en importancia a la de la Plaza de la Catedral. Esta última seguía siendo controlada por el grupo de Eusebio Leal, mediante algunos mecanismos legales fortalecidos a tales efectos, después de la "limpieza" de 1981. Estos eran el Fondo de Bienes Culturales y la Asociación Cubana de Artesanos Artistas.

Los organizadores de la feria de la calle G vieron el filón que podrían representar, en las nuevas condiciones, las elitistas limitaciones impuestas por grupos interesados en nuevos ingresos a la feria de la Plaza de la Catedral, y al hecho cierto de que la calle 23 y la propia calle G eran el centro geográfico del movimiento turístico de La Habana.

Nada habría tenido de extraordinaria con relación a otras ferias establecidas en la ciudad, si no fuera por el hecho de que la dirección de la "brigada" seleccionaba cuidadosamente los productos artesanos que allí se exponían a la venta, y que en el ámbito de las condiciones del momento, en la práctica funcionaba sólo con las leyes del mercado.

En poco tiempo, por sí misma, se convirtió en un polo turístico de la ciudad. Los guías de los autobuses de turismo —previo trato con la dirección de la feria— incluyeron en su itinerario la visita al "rastro" habanero. Diversos grupos móviles de empresas estatales comercializadoras de comida rápida se desplazaban los sábados y domingos a un mercado seguro, que movía grandes cantidades de divisas, donde eran clientes desde los turistas hasta los visitantes nacionales y los propios comerciantes cubanos que allí exponían sus mercancías.

Pronto la feria se expandió, comenzando en la calle 23. Avanzaba por todo el amplio paseo de G hasta casi llegar a la altura del Ministerio de Relaciones Exteriores, varias calles más abajo, en dirección hacia el malecón habanero.

Sin embargo, en el tramo de la calle 23 y hasta el mausoleo al presidente José Miguel Gómez, se estableció una nueva versión de la feria controlada por el Poder Popular y la ONAT, con productos menos elitistas, desde el punto de vista artístico, pero con mucha salida popular, que abarcaron desde zapatos hechos a mano hasta útiles del hogar de todo tipo y función.

En torno a estas dos secciones de la feria se tejieron, de manera asombrosamente rápida, negocios de prestación de servicios y suministros destinados al personal de la feria y al público que la mantenía con vida.

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2. Desde finales de 1992...
3. "Hombre ocupado..."
4. Los aparcamientos de bicicletas...
   
 
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