www.cubaencuentro.com Jueves, 05 de febrero de 2004

 
  Parte 1/2
 
Millonarios del tiempo
Morderse la propia cola: El Estado como generador absoluto de la burocracia en Cuba.
por MIGUEL CABRERA PEñA, Santiago de Chile
 

Las burocracias estatales siempre han tensado al máximo los nervios del ciudadano. El burócrata se constituye en un personaje sin fronteras, omnipotente, ubicuo, aferrado a la ubre de las instituciones como un parásito. Su única eficacia reside en sacar de quicio y derrotar hasta las más sólidas serenidades.

Paladar
Abrir un paladar: proceso rey de la burocracia.

Pero mientras más anchos y abarcadores son los tentáculos del Estado por más resquicios los inmiscuye, mayores son los daños, los obstáculos que levanta contra lo viable y lógico. El núcleo de la cuestión no reside en lo engorroso de trámites imprescindibles, sino en el laberinto que crean los que no lo son.

El tamaño que fue adquiriendo el Estado en Cuba determina la gravedad del asunto. Claro que la burocracia y sus dimensiones tienen mucho que ver con la disciplina, el control, la vigilancia y, finalmente, el castigo que todo aparato de esta índole pretende imponer. El sainete levanta sus telones cuando la disciplina se rompe con tenaz asiduidad, el control se descontrola, la vigilancia se finge y el castigo se disuelve en las trampas de la corrupción.

En el terreno de la represión política, el gobierno sí alcanza altas evaluaciones en su competencia, en su celo, su crueldad, pero esto es harina de otro costal.

Recientemente se publicó una lista de países en donde más rápido se podía fundar un negocio en América. Cuba, obviamente, no aparecía en ella. Y esto perjudica tanto al ciudadano que contra viento y marea pretende ilusoriamente labrarse su existencia, vivir aunque sea con un adarme de soberanía individual, como al inversionista extranjero.

Las quejas son muy numerosas. El cubano que desee poner el más pequeño "chinchalito", de esos que apenas dan para garantizar desayuno y dos comidas diarias, debe pasar por una estela interminable de requisitos, niveles y funcionarios capaces de desanimar a las más plúmbeas obstinaciones.

Al corromper todos los espacios, podría decirse que los métodos burocráticos se han instalado también en ciertas disposiciones mentales de los isleños. Se han transformado en un modo de vivir, en un poder regidor de signos psicológicos, no ajenos a la inmoralidad y la desidia.

Un amigo habanero me decía recientemente que en un restaurante estatal —entiéndase para cubanos— cada camarero atiende un grupo de mesas, pero si las de uno de ellos se mantienen vacías, ese camarero sencillamente no trabaja, aunque las otras estén repletas. Se prefieren —para comprender el caso— las mesas que están cerca de las ventanas, sobre todo en el verano caribeño.

Durante lustros imperó en Cuba el dictado de que no se podía comprar una cerveza si no se compraba también una croqueta —de esas que se acuestan, nadie sabe cómo, en el cielo de la boca. En lugar de mejorar la calidad del alimento, se decidió convoyarlo con la bebida alcohólica, única forma de "salir de él".

El amigo mencionado llegó un día a un hospital con una fuerte cefalea migrañosa, que se le había extendido por toda la cara. A esto se añadía un no menos fuerte ataque de asma, que padece de forma crónica. El galeno se empeñó entonces, antes de comenzar a atenderlo, en que le dijera su nombre, dirección, zona de su policlínico y médico de familia, número de carné de identidad y un largo etcétera.

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