www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
Parte 1/4
 
Carta a José Domingo Blinó
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Hojalatero y casi aéreo José Domingo Blinó:

Mira qué cosas tiene la vida en esa isla nuestra que tanto le gusta actualmente a españoles, canadienses y alemanes reunificados, pero que al nativo le resulta cada día tan estrecha como un calzoncillo de alambre: hubo un tiempo en que la gente hacía como que se iba de ella, y era sólo para quedarse con más gloria, admiración y cariño de su pueblo amantísimo. Nadie pensaba en la pira por ascensión o inmersión para quitarse la caspa, oxigenar un poco el estómago, quitarle el óxido al cerebelo y que la abuela diabética llegue al próximo 31 de diciembre si se le pueden mandar pastillas de afuera. Es más, hasta había una cancioncita pegajosa que rezaba —nunca he podido entender cómo puede rezar una canción. Las canciones se cantan, se tararean, se silban o se destrozan aullando, pero nunca en secreto murmulleo—: "Conozca Cuba primero/ y el extranjero después". Claro que yo, con esta listura que me dio una madre patriota, y la agilidad neuronal que natura brindóme como espontáneo sintóme, sacóme la honda conclusión que me carcome: en el fondo de todo están Mahoma, la montaña, el islam y el islamismo, que en este caso es la islamisma o la misma isla, y el mar, ese defecto de fábrica que nos pusieron para que la gente comiera jaibas —no olvidar el plan jaiba, que ya dura 44 años—, le hicieran poemitas turbulentos, estrecharan relaciones con familiares y vecinos cuando lograbas empatarte con una casa en la playa, y se nos aparecieran de sopetón submarinos rusos y carabelas hispanas. A Cuba siempre le ha entrado el mal por mar o viceversa.

Cualquier aspirante a chef, sin medir a nadie por esa guevara recta —"con la misma guevara que medís, os medirán"—, se preguntaría ipso facto —que es una manera ágil y rápida de preguntarnos los latinos que factamos de nuestros países— cómo rayos se come esta burrada que he soltado sobre el Corán y su lejana, discreta, pero palpable relación con mi irrenunciable afirmación de antes. Veamos (dijo Homero), pero no dejemos de cantar —o de rezar— la pegajosa tonadilla que escribiera en algún rapto de delírium trémens —otra manera ágil y alcohólica que tenemos los latinos, que somos tremens en cada momens— Eduardo Saborit, que no era muy naborit: "Conozca a Cuba primero/ y el extranjero después". Claro y clarinete, espeso y al pelo que aquí le encuentro yo la primera pifia al pífano: ¿después? ¿Cuándo? Pero eso te propongo dejarlo para ahorita, cuando te eleves sobre la molicie de lo que fuera La Habana aquel  30 de mayo sin desmayos de 1831, que ya viene llegando, si es que le hacemos caso a esos genios que afirman que la historia es cíclica o ciclópea, pues las palabras suelen tener trampa de osos. Porque, dime cómo se puede conocer Cubita la bella siendo nativo, ilumíname, suéltala, a ver si ordeno mi cocorioco. Es común que suceda a la inversa: uno conoce a un extranjero —antes y no después— y de su cálida mano dolarizada, mete mano por el paisaje y va "atrapando espacios", tomasancheándose a lo sánchez y larguez, aunque en ciertos lugares lo veten y de otros lo boten. Pero algo del entorno se va agarrando en la jugada. Y ahí entran Mahoma y la montaña. Si este no sube lomas —que dicen hermana hombres— la loma camina y se acerca, cariñosa y verde.

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4. Ese glorioso día...
   
 
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