www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
  Parte 3/4
 
Carta al obispo Espada
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Pues sí, para no hacer el cruento muy largo, el 18 de marzo de 1803 soltó usted aquel estremecedor "Edicto de las campanas" para que todos los campanarios tocaran a muerto parejo, y no más bronce para los ricos, dejando a los desgraciados en un solo golpe como de bibijagua. Con la medida, sonaban la misma cantidad de badajazos para el Conde del Pozo Enyerbado que para Juanito Pérez, antes conocido como Bmungo Bmundango. Lo mismo para el Jefe Nacional del Plan Tareco que para el que vendía durofríos sigiliao. Eso de sentirse más o menos igual en la última campana le gusta muchísimo a la gente. El decretazo fue un palo que lo retrató de cuerpo completo, y aquí quiero poner otro granito de arena en su egregia figura, para que los socotrocos que lean mi carta comprendan un poquito más por qué hasta el mismo Martí pedía a gritos su regreso a nuestra vida nacional, claro que metafóricamente, porque si a esa altura se aparecía usted de nuevo se habría armado la fiesta del Guatao. Ya dije lo suyo en Arróyabe, que es Vitoria, y eso es lo que pudiéramos llamar Euzkadi, que era, en su tiempo, el único lugar de España que le paró los pieses a la peste borbónica. Tanto, que el himno era una especie de tonadilla llegada hasta nuestros días con otro ritmo para la artritis: "A la fiesta e'los caramelos no pueden ir los Borbones". Allí los monarcas hispanos no lograron jamás entrar y hacer Borbón y cuenta nueva, porque —y cito de desmemoria— "la población exhibía un arraigado concepto de las libertades y autonomías colectivas simbolizados en el árbol de Guernica, ante el cual los reyes españoles tenían que jurar respeto por los fueros vascos". Y tan autónomo llegó a La Habana usted que luego guernicó el ambiente muchos años más tarde con ceiba en El Templete. Pero antes sucedieron muchas otras cosas.

Como que no sólo emparejó el aviso de ñampie en el aire campanero, sino que comenzó a sacar fiambres de las iglesias, que era muy mala costumbre esa de almacenar en el recinto los cuerpos de los que se habían despedido de este mundo cruel. Bastaba con tener allí tanta alma en pena para tener que soplarse, de ñapa, el hedor de sus procesos tragiquímicos. Afuera, pa' la calle, que no había cama para tanta gente. Se le tiró usted como un puma a esa puñetera herencia medieval de enterrar en sacro local a los que pagaban bien, engordando los cofres de los cafres del clero. Se paró bonito, con su apellido relumbrante, y demostró no ser un clero a la izquierda. Y con la misma, convenció a las autoridades, negoció parcelas, planificó terraplenes, y en plenas facultades obispales bendijo e inauguró el Cementerio General de La Habana, que todos conocieron a partir de entonces como el Cementerio de Espada. Era una lógica retumbante. Ya que no podía hacer que todos vivieran igual, al menos se pudrían bajo el mismo cielo en idéntica alegre postura.

Y hete aquí que ahí no paró el roletazo, siendo usted como era, previsor y pasado por Salamanca. No se aguantó la pica pica y le entró biyaya. ¿Y a dónde fue a parar su ilustrísima? A la Sociedad Económica de Amigos del País, que no era económica por lo que se cotizaba para pertenecer, sino un grupo de gente echada para adelante, que le metía reverbero mental a las cosas del terruño, y actuaban mejor que una Junta Central de Planificación. Un CAME chiquitico y del mamey, pero que repartía parejo y funcionaba a la caja. Eran verdaderos amigos del país, aunque estuvieran lejos. Y, mire qué cosa entre hombres de perro en pecho, no andaban con la majomía de que si este no estaba bien informado, ni si el otro andaba confundido, que los que son de a de veras tienen que comenzar por creer en sí mismos, manque le pese al Capitán General. Al margen de ello, en su campo, echó a andar la depuradora, y sacó out a todos los inmorales y gozadores que violaban los principios religiosos, y entre los muchachones de clero entendimiento, tanto regulares como seculares, apretó el cinturón, mandó a chapear a los incapaces, poniéndolos a apretar el século y a darle a los pedales. Y harto seguido, organizó la Junta de la Vacuna, que no era un organismo que repartía vacas, sino que eliminaba las epidemias variolíticas. Y desde allí le tiró un cabo al vivaracho Tomás Romay Chacón, que se puso para todo el que tocara viruela, sobre todo si desafinaba con peste.

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2. Usted sabrá perdonar...
3. Pues sí, para no hacer...
4. Presidiendo aquella Sociedad...
   
 
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