www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
Parte 1/3
 
Carta a Rafael Emilio Fortún
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Velocípedo y casi bólido Rafael Emilio Fortún Chacón:

Usted fue el primer cubano de esa tonalidad crepuscular en correr cien metros en diez flat sin un pollo en la mano. Y sin que nadie le persiguiera, azorándole, con ese cariñoso rugir que brota de las gargantas eufóricas cuando se ve pasar, veloz como un guineo, a alguien de la raza sufrida, en que sube un grito desde la gandinga profunda, un alarido que no es de estímulo, sino de aviso y que, instalado en el aire de la ciudad, nos estremece en su clamor popular al son de: "Ataja, ataja". Nadie piensa —oh, mala cabeza la nuestra— que el ciudadano de pesadumbre en la epidermis va como alma que lleva el diablo a evacuar una necesidad fisiológica, a una micción urgente, especial y hasta internacionalista, a dar lo mejor de sí; o por pura alegría; o para desfogarse la ira, evitando así un fatal desenlace de puñalá trapera, chaveta en ristre, machete irredento, pérfido cortante, punzonazo a la caja de la hepatitis B, que irremisiblemente le remiten al retiro temporal, en esa dulce beca estatal llamada, con sabio eufemismo, "el tanque", "la canela", "el trullo", "la gayola", "la trena", o "la cana". Cualquier sinónimo, menos "ergástula", que suena a enfermedad, o a verso de profesor universitario cubano. Tal vez ese atleta corta el viento —sin que se le muevan los cabellos, eso sí— al encuentro de su amada. Siempre es preferible que corte al viento, a que ampute o espiche, con alevosía y navaja, a la gentil damisela de sus sueños. Qué ruines somos que no confiamos en que un negro pueda correr por amor. Y no a lo ajeno.

No pensamos que puede ir exultante —y en ocasiones insultante— por haber ganado una partida de ajedrez. O porque consiguió vivienda sin haber tenido que dar un miserable cabillazo, como miembro del equipo de maltratos físicos motores del Contingente Blas Roca. O que rasga la atmósfera con radiante urgencia vivencial para llegar al acogedor lar donde continuará experimentos de química que nada tienen que ver con la destilación espuria de falsos alcoholes. No, le vemos pasar como una exhalación y sospechamos —gravosos y superficiales— que hubo tendedera de ropa de por medio. Como si no se pudiese correr por puro placer, estimulado por el asombro de haber leído una noticia sensata en el periódico, o de haber escuchado un enriquecedor discurso —sin atropellos o insultos— de un dirigente brillante. Desconfiamos, oh pueblo maldito. No tenemos fe en ese humano con resquemor externo, que intenta superar al impala, impelido por un fantasma gozoso y ancestral. Siempre esperamos que detrás, como en comparsa victoriosa, vayan a la saga los azules, con pitos y matracas, gritando "párete, párete, deténguete truhán", en el más fino y cantarino dialecto de Cayajabo. ¿Esperamos tal vez que ese ebúrneo venado de dos piernas desafíe la inercia envuelto, no por la flamígera aureola de la gloria, sino por llamas reales, víctima de injusta represalia de su pareja, mamita, consorte, monina o cónyuge, que ha vertido en él un fatal chorro de queroseno, cuota que ofrece serena luz al hogar, y no las más dulces caricias?

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