www.cubaencuentro.com Martes, 30 de marzo de 2004

 
   
 
Una sociedad sin Estado
Haití: ¿Restablecer simplemente el orden o instalar un sistema democrático real?
por MIGUEL RIVERO, Lisboa
 

Como resultaba previsible, el presidente de Haití, Jean-Bertrand Aristide, fue obligado a abandonar el poder, debido a las presiones de la comunidad internacional y la oposición interna, y víctima de sus propios errores.

Puerto Principe
Haití: ¿Una nueva oportunidad?

Aristide trató de utilizar el pasado viernes su última carta de triunfo, al autorizar a sus seguidores —de la familia Lavalás— para crear el caos y la anarquía en Puerto Príncipe y obligar a una eventual intervención franco-norteamericana. Pero, en esta ocasión, los "marines" no llegaron para brindarle apoyo, sino para advertirle que si no renunciaba sería el responsable de "un baño de sangre".

Boniface Alexandre, presidente de la Corte Suprema haitiana, quien asumió el poder tras la partida de Aristide, se comprometió a respetar la ley y llamó a la población a la calma. "El presidente acaba de presentar su renuncia y de acuerdo a lo que la Constitución prescribe, el (gobierno) interino debe ser asumido por el presidente de la Corte", dijo Alexandre. "Haití, te exhorto a mantener la calma, nadie debería tomar la justicia en sus manos", recalcó.

El segundo exilio de Aristide es más doloroso que el primero. Esta vez no fue derrocado como en 1994 por un golpe militar, sino por la presión determinante de Estados Unidos y por la doble tenaza de la oposición: por un lado, los partidos y organizaciones cívicas que desde hace tres meses exigían su renuncia; por el otro, los grupos armados que ya se habían apoderado de la mayor parte del país. Incapaz de hacer frente a la insurrección armada y ante la presión de Estados Unidos, Aristide se quedó sin otro apoyo que las bandas de malhechores que robaban, saqueaban y amenazaban a comerciantes, diplomáticos o a simples periodistas.

La biografía de Aristide forma parte de la tópica historia del subcontinente americano. Llegado al poder tras la larga dictadura de Duvalier, el ex cura tuvo que hacer frente a un golpe de Estado militar liderado por Raoul Cedras y sus escuadrones de la muerte, que le apartó durante tres años (1991-1994) del poder, al que volvió aupado por una invasión de 20.000 marines. Aristide cedió a la presión popular, disolvió el Ejército y, con ayuda de la Administración Clinton, formó a 5.000 policías. Pero no fue capaz de atajar la corrupción ni las continuas violaciones de los derechos humanos, hasta convertirse en un déspota más.

Para mantenerse en el poder, el ex sacerdote adoptó los métodos de "Papa Doc". Antes eran los "ton ton macutes" los que aterrorizaban a la población y a los opositores. Con Aristide, se denominaron "chimeres", los que tenían carta blanca para intimidar y hasta asesinar con el beneplácito del Palacio Presidencial.

Desde el 5 de diciembre del pasado año eran evidentes los síntomas de descontento ante los métodos de Aristide. Ese día renunciaron tres ministros, para protestar por la represión desatada contra las manifestaciones estudiantiles, y los "chimeres" se encargaron de darle una lección al rector de la Universidad de Haití, Pierre-Marie Paquiot: partirle las dos piernas con golpes propinados con barras de hierro, al más puro estilo de la mafia siciliana.

Seis días después se lanzaron a la calle decenas de miles de manifestantes para pedir la renuncia de Aristide, quien permaneció sordo ante estas demandas. Una muestra de cómo el encumbramiento y la ceguera del poder se habían apoderado del ex sacerdote, antes promotor de la Teología de la Liberación y de la defensa de los pobres. Clásico desenlace de enunciados populistas que son negados en la práctica diaria por gobernantes de este género. Aristide, en este caso, no es una excepción. Están muy cercanos los ejemplos de Fidel Castro y de Hugo Chávez.

Por cierto, que los que antes saludaron con regocijo la salida del poder del presidente constitucional de Bolivia, Gonzalo Sánchez de Lozada, ahora protestan por el derrocamiento del presidente de Haití. Las protestas de los cocaleros e indígenas movilizados por el populista Evo Morales eran válidas para un cambio en las riendas del poder en Bolivia, no así en el caso de Haití. Es la clásica política de "dos pesos y dos medidas".

"El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, fustigó a la oligarquía haitiana y sus aliados internacionales, que perpetraron la tragedia de la renuncia de Aristide", cita el diario Granma al referirse a los acontecimientos en Haití, dando la tónica de que La Habana siente que ha perdido a un amigo y aliado en el continente.

En el caso del empobrecido país, las Naciones Unidas han adoptado una posición correcta al aprobar el envío de una fuerza multinacional para imponer el orden. Una de las tareas será neutralizar a algunos de los "jefes rebeldes", demasiado identificados con militares golpistas. Haití no debe regresar al pasado, aunque la situación es sumamente compleja.

En el futuro inmediato, se espera la formación de un grupo tripartito con representantes de la comunidad internacional, la sociedad civil y remanentes moderados del partido de gobierno de la familia Lavalás. Ese grupo, a su vez, seleccionaría un llamado Consejo de Personas Eminentes.

En esencia fungiría como un parlamento, que virtualmente no existe en este momento. Las actas de todos los miembros de la cámara baja expiraron en enero y no se celebraron elecciones para sustituirlos. El puñado de senadores restante era principalmente del partido Lavalás de Aristide. Muchos se encuentran escondidos. El Consejo de Personas Eminentes recomendaría un nuevo primer ministro al presidente en activo. El primer ministro, en efecto, estaría a cargo del gobierno, designando a un gabinete para mantener el gobierno funcionando y para preparar nuevas elecciones.

Este sería un escenario ideal con vistas a preparar el camino para que la perturbada vida política haitiana pueda conocer lo que significa la palabra democracia.

Sin embargo, existe un detallado informe acerca de la situación en Haití, elaborado a fines del pasado año por una comisión dirigida por el escritor y filósofo Régis Debray, que advierte que "Haití fue ayer, incluso hasta Duvalier, un Estado sin nación. Lo que ha surgido es una sociedad sin Estado en la cual, si bien proliferan los políticos, son raros los hombres de Estado".

Esta puede representar la oportunidad para que se abra un nuevo capítulo en la historia del sufrido pueblo haitiano. Para ello, es sumamente importante que la comunidad internacional no se contente con el simple restablecimiento del orden. En realidad se trata de construir, desde los cimientos, un nuevo Estado democrático. Una tarea que requiere paciencia y dedicación… aunque Haití no sea productor de petróleo.

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