www.cubaencuentro.com Viernes, 16 de mayo de 2003

 
  Parte 1/2
 
El encuentro de Jesús Díaz
La revista fundada por el autor de 'Las iniciales de la tierra' propone, para imaginar la nación, la lectura abierta de la diversidad de su cultura.
por JESúS SILVA-HERZOG, México D. F.
 

Texto leído durante la presentación de la revista Encuentro en la Feria del Libro de Guadalajara

Número 25 de Encuentro

Se aplasta porque se desprecia, dice Elías Canetti. "Aplastamos algo muy pequeño, que apenas cuenta, un insecto, por ejemplo". Si no lo aplastamos, no sabríamos qué hacer con él. Aplastar un insecto es la acción que simboliza el máximo desdén. Incluso dentro de nosotros, el acto permanece tranquilamente impune: "su sangre nunca cae sobre nuestras cabezas ni nos recuerda la nuestra. No vemos sus miradas que se quiebran". Cuando aplastamos a un insecto le informamos: no significas nada, puedo hacer contigo lo que quiera; cualquiera puede exterminarte; nadie se dará cuenta; nadie te recordará; ni siquiera yo, que estoy a punto de reventarte.

También a los hombres se les trata como insectos. Jesús Díaz, fundador de Encuentro, escribió: "La cultura cubana  está gravemente enferma, fragmentada, rota, aquejada de un terrible mal moral y psicológico que pretendo llamar Síndrome de la Demonización". No se trata, a su juicio, de una enfermedad nueva. Antes de la llegada de los españoles, ya había demonios en Cuba. Los demonios eran buenas respuestas a los enigmas de una naturaleza indescifrable. Los demonios eran causa de los ciclones, de los incendios, de las epidemias. Pero son los españoles quienes recurren a los demonios, ya no para atribuir sentido a la desgracia, sino para aplastar a sus enemigos. El otro no es hombre, es una basura, un animal, un trapo. La experiencia española fue determinante: al judío converso se le llamó marrano, el más sucio de los animales. Los esclavos negros no llegaron siquiera a la categoría de ser animado. Se les llamó "piezas de ébano": pedazos de dura madera negra e inerte. Luego, los colonialistas españoles descalificaron a los independentistas llamándoles mambises, con la intención de caricaturizar la lucha como el conflicto entre tribus salvajes. El castrismo ha sido un brillante discípulo de la demonización. Desde el 60, a los opositores al régimen se les llama gusanos, animales repugnantes a los que se pisa con cara de asco. El término fue luego remplazado por uno más terrible: escoria, esa sustancia de desecho despreciable y repugnante. No es un animal sucio como los marranos, no es siquiera una lombriz que se pisa ni una pieza de fuerza vegetal. Es algo inanimado, sin vida.

Pero también hay una demonización en respuesta a la oficial. Muchos exilados tachan de cómplices de una dictadura atroz a quienes permanecen en la Isla o hasta los que van de visita a Cuba. José María Heredia, cuenta Jesús Díaz, condenado al exilio, pidió permiso para regresar a morir a su patria. Y pregunta en las páginas de Encuentro: "Si esa tragedia hubiese ocurrido hoy, las radios de Miami hubiesen tronado contra Heredia y cualquier exiliado insensible se sentiría con derecho a execrarlo por ello". Los demonios, como se ve, no tienen contrato de exclusividad. El problema es que un mundo poblado por demonios es un mundo en busca de héroes que valientemente están dispuestos a clavarle la estaca a los vampiros. Si algo se lee en las páginas de la revista que fundó Jesús Díaz es justamente eso: una nueva pelea cubana contra los demonios. Podría ser una apuesta por la decencia, de acuerdo a lo que señala el filósofo Avishai Margalit: la exigencia de que todos los hombres sean tratados como seres humanos, como personas y no como bestias, como cosas. Una sociedad decente, dice Margalit, es aquella sociedad que no humilla a sus miembros más débiles. Se humilla, dice el filósofo judío, cuando se expulsa a un individuo de la familia de los hombres.

Publicada fuera de la Isla, crítica enérgica del régimen político y de su dictador, promotor paciente de un cambio profundo, sería incorrecto decir que Encuentro es una revista de oposición. No lo es porque a mi juicio no se trata, en un sentido estrecho, de una revista política. La política aparece, por supuesto, en las páginas de la revista. Aparece con frecuencia. Pero no es otra publicación de denuncia. Encuentro no emplea la invectiva acusatoria, sino el lenguaje de la crítica, que no es complacencia ni paliza. Me parece revelador descubrir en ese sentido que la palabra que más se repite en las portadas de la revista sea "homenaje". Sí: homenaje. Homenaje a la república, a Martí, a un novelista, a un poeta, a un arquitecto. El tono de Encuentro, esa revista demonizada como vil látigo del imperio para destruir la revolución, es sorprendentemente celebratorio: un espacio de orgullos y, con frecuencia, un sitio para la fiesta. Si se leen sus textos se encontrará que no están escritos con el vocabulario del encono. Se escribe, eso sí, con el vocabulario de la crítica que, por definición, es punzante y que sirve siempre para cuestionar aquello que pretende sacralización. La crítica puede ser ruda y, como se percibe en algunas de las polémicas de estas páginas, llega a lastimar. Más que ser una revista de diálogo (palabra que ha perdido sabor de tanta saliva que la repite), escribía Enrico Mario Santí, se trata de una revista de debate. Ese líquido crítico que la revista esparce es, a mi juicio, la única sustancia que puede disolver el discurso de los demonios y de los héroes.

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