www.cubaencuentro.com Lunes, 22 de septiembre de 2003

 
Parte 2/3
 
Cien años de un maestro
El mundo literario celebra hoy el natalicio de Lino Novás Calvo, uno de los grandes cuentistas de la lengua española.
por CARLOS ESPINOSA DOMíNGUEZ, Miami
 

El precio que tuvo que pagar Novás Calvo fue desmesurado, pues significó, en primer lugar, su muerte civil como escritor. En Cuba se le dejó de publicar y su nombre fue eliminado del mapa literario. José Antonio Portuondo y Salvador Bueno, los dos críticos que con más entusiasmo lo apoyaron en su momento, acataron la política oficial y a partir de ese momento ignoraron a quien —en varias ocasiones— proclamaron como el mejor de nuestros cuentistas.

El negrero

Bueno, que le había incluido antes en dos antologías, preparó en 1975 el volumen Cuentos cubanos del siglo XX, en el cual no sólo lo excluye, sino que ni siquiera menciona su nombre en el prólogo. Portuondo, por su parte, nunca más reprodujo su excelente trabajo Lino Novás Calvo y el cuento hispanoamericano, que aparece únicamente en la edición mexicana de Teoría y práctica de la literatura. No menos implacable fueron el ostracismo y la exclusión que padeció en el destierro. Como a otros compatriotas y colegas suyos, jamás se le invitó a un congreso, jamás Ángel Rama, Julio Ortega o José Miguel Oviedo le dedicaron un artículo, ni ninguno de sus libros fue tomado en cuenta para una traducción o una reedición. En el sistema clasificatorio de los académicos e intelectuales de izquierda, el escritor cubano exiliado no tenía cabida en el panorama literario latinoamericano, que se convirtió así en un club exclusivo, cuyos patrones se reservaban el derecho de admisión.

Silenciado por razones ajenas a sus méritos literarios, Novás Calvo dejó, sin embargo, una obra cuyos valores son incuestionables y que perdurará por encima de las doctrinas políticas. Ahí está, por ejemplo, El negrero, un texto precursor en más de su sentido, y que tanto aportó a la búsqueda de nuevos caminos expresivos de nuestra narrativa, que aún se mantenía fiel a los patrones del realismo de corte naturalista. Novás Calvo escribió un libro que se ciñe a los hechos fidedignos, y al mismo tiempo los toma como punto de partida para la fabulación y el despliegue imaginativo.

Ensaya así una vía que décadas después retomarán —desde otros presupuestos— autores como Carpentier, Abel Posse, Fernando del Paso, Tomás Eloy Martínez y Homero Aridjis. Asimismo, se anticipa algunos años a títulos como Yo, Claudio, de Robert Graves, Los Idus de Marzo, de Thornton Wilder, y Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar. Ese mestizaje de historia y ficción que hallamos en El negrero, ese esfuerzo por llenar los huecos de la vida de Pedro Blanco (no cubiertos por los documentos), concuerda con la idea de Marcel Schwob de que los novelistas deben completar la labor de los historiadores.

El negrero es, además, una biografía poco ortodoxa. En primer lugar, su autor se desmarca de los biógrafos tradicionales al escoger un personaje que es todo lo opuesto a una figura ejemplar. Difícilmente puede tomarse como modelo a seguir a este hombre, que no vaciló en lanzar al mar a setecientos negros para evitar que su bergantín fuese capturado por la justicia; que actuó con un gélido maquiavelismo para fomentar la división entre las tribus; y que impuso su leyenda a base de artimañas y engaños.

Novás Calvo traza su proceso de degradación moral, que lo lleva a convertirse —gracias al negocio de la trata— en un traficante de esclavos, tan poderoso como un emperador o un rey. Nos va mostrando su inmersión en ese mundo de rapiña, crueldad y vandalismo, en el que cada suceso significa un paso más hacia su destrucción final. Eso no impide al autor —y éste es uno de los muchos aciertos de su libro— presentar a un rufián depravado que es, a la vez, valeroso, extraño, espabilado y ambiguo. Tan imponente y fascinante es el Pedro Blanco recreado por él, que acabó influyendo en las aproximaciones históricas que después se han realizado sobre el personaje real.

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