www.cubaencuentro.com Martes, 27 de enero de 2004

 
   
 
'Parsifal goes La Habana'
Wagner y Cuba: De un lado, épica grandilocuente y complejo entramado dramático; de otro, sensualidad y cadencia de ritmos de la Isla.
por ENRIQUE COLLAZO, Madrid
 

En un mundo intensamente globalizado, donde los mercados, la tecnología, los capitales, el comercio y los flujos humanos se universalizan a ritmo vertiginoso, la cultura en general, y con ella la música, tampoco escapa a semejante vorágine. Al compás de los nuevos tiempos, se han producido un sin fin de obras musicales en las que sus autores han intentado expresar las abigarradas y complejas conexiones culturales que son el santo y seña de la postmodernidad.

Parsifal

Parsifal goes La Habana representa una palmaria muestra de tal fenómeno. Muy pocos podrían sospechar que el ansia de creación que seduce a muchos músicos a experimentar con la fusión de géneros, conduciría al talentoso compositor y arreglista germano-norteamericano, Ben Lierhouse, a producir una serie de discos donde el romanticismo alemán de Richard Wagner, tenido hasta ahora como una obra libre de todo amago de mestizaje, se funde en extraña pero muy placentera mezcla con diferentes músicas del mundo, tales como el soul, el blues y el gospel; el flamenco español y la música cubana.

Salta al oído del más lego en la materia, que códigos musicales tan ajenos como el de Wagner y el de la Gran Antilla, deben ser, desde todo ángulo de escucha, bastante incompatibles. Para los expertos puede resultar incluso una afrenta intentar reformular la obra del genio de Leipzig. De una parte, épica grandilocuente y complejo entramado dramático; de la otra, sensualidad y cadencia de un ritmo que se desdobla en son, bolero, yambú, mozambique, guaguancó, danzonete y son montuno.

Pues bien, a pesar de las distancias que separan, incluso, al modelo de ópera alemán del italiano, hacia finales del siglo XIX, Sindo Garay, al escuchar a G. Michaelson, cónsul alemán en Santiago de Cuba, interpretar fragmentos de la ópera Tannhauser, se sintió motivado por la música wagneriana y compuso una pieza que tituló Germania.

Partiendo de tal antecedente y gracias al fino instinto musical de Lierhouse, así como a la intima complicidad de un consagrado equipo de músicos cubanos, liderados por el pianista Ramón Valle y la Orquesta Gateway, se logró el milagro. La recreación de determinados pasajes de famosas óperas se realiza unas veces a partir de piezas antológicas del gran compositor Ignacio Cervantes; otras, Wagner mismo deviene canciones o pregones antológicos de la música cubana.

La sensación que produce escuchar semejante mixtura musical resulta francamente grata, Wagner suena más ligero; sus graves y monumentales acordes se reacomodan a un nuevo ambiente musical, mecidos por un tropical "arrullo de palmas". De ahí que se nos revele una faceta completamente audaz en el tratamiento de la música del compositor alemán, que esta vez se ensambla armónicamente con la síncopa y el contrapunto de los maestros cubanos decimonónicos; grandes estudiosos de los clásicos europeos del siglo XIX.

Al final se consigue una maravillosa y fluida imbricación entre la gozosa levedad de la música cubana y la pretendida severidad de Wagner. Escuchar su música, libre de los prejuicios que le han vinculado a ideologías extremas, proporciona el enorme placer de disfrutar a plenitud del universo de este magno compositor. En los diez temas que componen esta pequeña obra maestra, se recrean motivos de óperas de Wagner tales como El holandés errante, El Anillo del Nibelungo, Lonhengrin, Tannhauser, Siegfried, Tristán e Isolda, la obertura El ocaso de los Dioses, y por supuesto, Parsifal. Como ya se dijo, se abordan temas clásicos de Ignacio Cervantes: El velorio y Adiós a Cuba.

Para el equipo cubano participante en el disco representa un orgullo que la música cubana haya sido escogida para iniciar esta atrevida y original empresa. A favor de ellos el propio Lierhouse apuntó: "Wagner es estupendo para el rock o el heavy metal, pero yo había viajado a Cuba y me di cuenta de que no había en otro lugar del mundo tantos músicos capaces a la vez de dirigir un coro, tocar en una orquesta clásica y un grupo de rock".

Podría añadirse que el son constituye un género integrador por excelencia. Su influencia va más allá de la cultura musical cubana para alcanzar a la hispana en general; de él emanan en gran medida los principios sobre los que se configura el jazz latino, género capaz de servir como aglutinante de códigos musicales disímiles; su signo preside este espléndido proyecto.

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