En su documento, Saco define el juego como "cáncer devorador" (p. 18); tan civilmente maligno, que respecto a él la propia vagancia sería "quizá el menor de los males que produce". El juego califica así dentro de una de las categorías más difundidas en el pensamiento de su época, la de "enfermedad moral" (p. 19).
Saco comprende lo difícil que es el control de esta práctica, pues una de sus características es la facilidad para el "ocultamiento" (p. 20). El vicio (una palabra que no es muy útil en sociología, pues ya contiene un parcializado sentido peyorativo) está muy ligado a la "invisibilidad".
Saco considera "provechoso" el baile, el canto, el paseo culto, la merienda ("belle epoque" en marcha; impresionistas y expresionistas en estado potencial); pero le disgustaba el esparcimiento descontrolado: "Yo no sólo quisiera ver cerradas todas las casas de juego, sino que éste tampoco se permitiese en las fiestas y ferias, que so varios pretextos se celebran en La Habana y fuera de ella" (p. 21).
Saco no ligaba el juego a la "producción", sino a la pérdida de riqueza; creo que no lo comprendió nunca como negocio, como business; y esto evidencia el elemento "socialista" ("sentimental", en el sentido del Adam Smith de Teoría de los sentimientos morales) de su pensamiento, comprendido la práctica de un individualismo no-radical que encuentra su contención en la responsabilidad social. Es decir, en un elemento que su "contraparte", Félix Varela, potenciaba, y que fue el primer tema de Las cartas a Elpidio: la piedad (por demás, también la opción del "pensiero debolo" de Gianni Vattimo en el debate en torno a la postmodernidad: "pietas").
Saco entendía en el juego a la parte perdedora como viciosa, pero también como "inocente". Incluso, objetaba el juego doméstico si era reiterado, por la influencia que pudiera tener sobre la niñez.
Moralista y práctico
Es curioso que Saco, que durante mucho tiempo fue un crítico de la revolución política, proponga sin embargo una "revolución en las costumbres" y el mismísimo recurso policial como un aliado en la consumación de la misma: "Es innegable que la persecución será uno de los medios más eficaces para acabar con el juego; pero no debe fiarse a ella sola tan grande empresa. Es preciso ir haciendo una revolución en las costumbres, que aunque lenta no dejará de ser cierta" (p. 24).
Moralista y práctico; reformista procesal y revolucionario en su objetivo: Saco es en verdad uno de los pensadores más complejos de la tradición hispana.
Pero la reflexión en torno al juego, además de propiciarle una cobertura para discutir otros temas suyos como la revolución, también le sirve para deslizar su visión de la fórmula política democrática, que por lo visto no era muy favorable, pues la equipara a una de sus fobias fundamentales: las vallas de gallos o "gallerías": "… las perniciosas gallerías, pues éstas, por un fenómeno social, forman entre nosotros una democracia perfecta, en que el hombre y la mujer, el niño y el anciano, el grande y el pequeño, el pobre y el rico, el blanco y el negro, todos se hallan gustosamente confundidos en el estrecho recinto de la valla" (pp. 28 y 29).
Saco es ante todo un pensador realista; dice de él mismo que "no es visionario", que "no aspira a la perfección moral" y que sabe que los hombres "siempre se han de divertir de aqueste o del otro modo" (p. 26); pero igual confía en que se pueden racionalizar estas tendencias lúdicas de la especie. Promueve para ello la buena educación, la conversación gustosa, el paseo… Propone, en fin, "una diversión honesta y autorizada por el gobierno" (p. 27). |