www.cubaencuentro.com Martes, 29 de abril de 2003

 
  Parte 4/4
 
México DF: En defensa de Raúl Rivero
Acusado de vivir en la verdad. Culpable de no tener miedo. Condenado a 7305 noches de cárcel si no somos capaces de impedirlo… para bien de todos.
por ELISEO ALBERTO
 

Cualquier juez en sano juicio exculparía a Raúl de tales delitos. Y, sin embargo, el poeta es culpable —y no por lo que afirman de él, repito, sino por lo que callan. Sí, eres culpable, Gordo. Lo siento. Sabes que te quiero. Entiéndelo. Culpable de tu imprudencia, de tu audacia, hermano, culpable de no haber sentido miedo al decir o redactar o defender lo que piensas sobre lo que sucede cada día en los callejones sin salida de la abulia y la indiferencia, total, si entre nosotros el silencio es una epidemia y la ilusión un polvorín ("Marzo entró este año a Cuba, como siempre, para marcar el final del leve invierno. (…) Fui una de esas personas que desde Cuba hablé y me ilusioné con la alternativa de democratizar gradual, civilizadamente, ese sitio del mundo que más de once millones de seres humanos en La Habana y Madrid, en Venezuela y Estados Unidos, en Estocolmo y Caracusey, en Santo Domingo y Chivirico llaman, de un modo especial, la patria", leo en tu artículo Los antidiluvianos días de marzo). Culpable de tus amores tercos, de tu tozudo corazón, de haber supuesto que tu sitio estaba en ese apartamento sin ventanas de la calle Peñalver entre Franco y Oquendo y no en cualquier rincón de este planeta azul, ancho y ajeno, en mi casa de México, por ejemplo, o en la remota Conchinchina —donde se dice edificaron la famosa Casa del Carajo. Culpable de enamorarte como un loco, de creer en el mejoramiento humano y la utilidad de la virtud y los dones de la sinceridad. Culpable, en fin, de querer tanto a un país, el nuestro, que no siempre agradece el sacrificio, un pueblo que se niega a escuchar a sus abrumadoras minorías, pues aunque me joda reconocerlo los cubanos somos desmemoriados y epidérmicos. Zorros. "Se lo buscó", he oído decir en este arranque de abril a varios Judas y Poncio Pilatos y Barrabases: "Se lo dije. No te emberrinches, compadre, quédate tranquilo en casa mientras pasa el apagón. Pero te pusiste a paluchear. Yo lo veía venir. Te lo advertí". Sí, se lo buscó, y eso lo distingue y engrandece, contesto. Pero eres culpable, Raúl, compréndelo, culpable de haber escrito el 21 de febrero de 1999 tu Monólogo del culpable, a escasos días de haberse aprobado la Ley que ahora formaliza el derecho a que te abofeteen la cara: "La letra de la Ley —dijiste iracundo—, permite a las autoridades de mi país condenarme por el único acto soberano que he realizado desde que tengo uso de razón: escribir sin mandato". Y más adelante te anticipaste a los acontecimientos, una costumbre irresponsable por muy escritor que seas y te coloques allá en filo del horizonte para anunciarnos las tormentas que se tuercen sobre nosotros —el centinela horizonte, ¿recuerdas?, ese sitio donde el camarada Lenin aconsejaba que deportaran a los poetas y a los soñadores. "Me cuesta mucho trabajo sentirme culpable. Es casi como si se me acusara de respirar o se me anunciara una eventual prisión por amar a mis hijas, a mi madre, a mi mujer, a mi hermano y a mis amigos. (…) De modo que una disposición redactada con la tinta perecedera de las trampas políticas, envuelta en una maniobra chapucera para hacer aparecer a un pequeño grupo de periodistas que trabajamos en Cuba como aliados de narcotraficantes y proxenetas y mercenarios a sueldo de Estados Unidos, me produce sólo un variado cóctel de repugnancia. Los años de cárcel que la ley promete con generosidad, por encima al temor del encierro y al castigo, hay que verlos con consternación (…) Nadie me hace sentir como un criminal, un agente enemigo ni como un apátrida ni como ninguna de esas necedades que el gobierno usa para degradar y humillar. Soy sólo un hombre que escribe. Y escribe en el país donde nació y donde nacieron sus bisabuelos". Culpable, Raúl, tan culpable como yo. Como tantos. Lo dijo tu paisano Nicolás Guillén, lo dijo Beny Moré, "tenemos lo que teníamos que tener: dolor y pena". Hasta tú mismo lo escribiste, caray, ¿o lo olvidaste?: "Soy un desastre como mi pasado/ un mal sueño como mi porvenir/ y una catástrofe como mi presente./ (...) Perdonadme entonces que sueñe con cercos policiales y amigos encarcelados". Ya te extraño.

Ya pierdo aliento, hermano grande. Me trabo. Me desplomo. Desde el suelo, derrotado, humillado, avergonzado de mi país y mis espantos, repito entre dientes lo que alguna vez dije en defensa de los presos políticos de la Isla: "Dios no los guarde, Dios los libre". Como entonces, hoy nadie escuchara mi ruego —ni Él, ocupado como debe estar allá por Babilonia, donde (te cuento por la claraboya de tu celda) le acaban de hacer trizas lo poquito que quedaba de El Edén.

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