www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
  Parte 5/5
 
Barcelona: Crónica de los solares
El escritor Manuel Pereira regresa a Cuba después de doce años. Con el paso del tiempo, La Habana se ha convertido en una ciudad ajena y poblada de fantasmas.
por MANUEL PEREIRA
 

El 50% de la población tiene acceso a los dólares, pero... ¿qué pasa con el otro 50 por ciento? ¿Cómo pueden sobrevivir si los víveres que distribuye el gobierno a través de la libreta de racionamiento son tan pocos que no alcanzan ni para llegar a mitad de mes? Por la libreta dan seis libras de arroz por persona al mes, seis huevos cada quince días por cabeza, ¿carne roja?: desaparecida en combate; ¿el pollo?: una vez al mes, y si te dan pollo, no te dan pescado; y si te dan pescado, no te dan pollo. ¿Los mariscos? Ni en sueños, eso no existe en un país rodeado de mar. ¿Leche?: sólo la venden hasta los siete años de edad, y luego, a partir de los 65 años, les dan a los viejos un kilogramo mensual de ese polvo tan desabrido como indescifrable que llaman Cerelac.

Obviamente, la gente tiene que robar o hurtar o trapichear. No es que sea un pueblo genéticamente dotado para robar, prostituirse o jinetear; es que el sistema, con sus férreos impedimentos a la iniciativa privada, los obliga a sobrevivir ejerciendo esos menesteres. Las camareras en los hoteles mezclan con agua la cerveza, el ron, o el jugo de mango que les sirven a los turistas, el cocinero de la pizzería se lleva para su casa un trozo de queso escondido en la bragueta, los albañiles echan menos cemento del debido a la mezcla (y luego se caen los edificios antes de tiempo), y así sucesivamente, todos se las ingenian para arañarle algo al Estado y luego revenderlo a fin de redondear sus míseros salarios en pesos cubanos.

El gobierno siempre ha justificado estos salarios tan exiguos argumentando que eso se compensa con la salud pública gratuita (pero uno no siempre está enfermo), o con la educación también gratuita (pero uno no se pasa la vida entera en la escuela)... Por eso el último chiste que circula por La Habana es que allí sólo hay sólo dos caminos: robar o tener fe. "¿Qué es eso de fe?", pregunté ingenuamente. "¡FE, chico, Efe... Eeee...! ¡Familiares en el Extranjero!", y se echaban a reír.

Hay sólo otra novedad en la Habana Vieja, una de la que todos hablan, incluso fuera de la Isla: la estupenda labor de restauración que lleva a cabo el Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal..., otro fantasma de mi juventud. Pero no exageremos. En una ciudad donde casi todo está destruido, lo que hace Eusebio Leal sobresale precisamente porque él es el único que construye o reconstruye. Lo que hace tiene un enorme valor en sí, pero ese valor se ve magnificado contextualmente, en comparación con la devastación que rodea sus rehabilitaciones arquitectónicas. Un diamante en un fangal siempre brilla más que engastado en la pedrería de la corona de una reina.

No se trata de desdorar el trabajo del Historiador, y ojalá hubiera cien Eusebios Leales repartidos por la Isla, pero ni siquiera eso sería suficiente para mejorar las condiciones de vida de los cubanos.

El problema de Cuba no se resuelve con personalidades, más bien al contrario, lo que siempre ha jodido a ese pobre país es el excesivo protagonismo de las personalidades. En los tiempos que corren, un país no puede depender del carisma de nadie para su buena marcha. Mientras no desaparezca la libreta de abastecimiento, mientras un médico con su sueldo sólo pueda comprar 14 litros de leche al mes, de nada valen todas las restauraciones, los museos, los hostales, las viejas farmacias remozadas, ni los estudios para pintores, por muy deslumbrantes que sean. Eso es estética o buen gusto, y está muy bien, pero no basta, simplemente porque la belleza no se come, ni puede admirarse con el estómago vacío.

En medio de tantos solares en ruinas, de tantos apuntalamientos, de tantos derrumbes, de tantas vicisitudes y sinsabores, en medio de tanto cataclismo material, económico y social, la espléndida obra del Historiador me recuerda aquel cuarteto de cuerdas que tocaba en la cubierta del Titanic mientras éste se hundía. Los pasajeros gritaban aterrorizados, corrían de aquí para allá, se arrojaban por la borda, construían balsas con sillas de tijeras... y mientras tanto, impertérritos, los cuatro músicos seguían tocando sus violines, como para calmar los ánimos o infundir esperanzas. Lo que hace el Historiador es un esfuerzo titánico, un gesto lírico absolutamente encomiable, pero eso no impide que se hunda el Titanic. Y el Titanic es la isla entera. Todas esas piedras antiguas rescatadas configuran, en realidad, una especie de coral petrificada, la ineluctable música de fondo para un naufragio.

(Publicado en Día Siete, México, DF)

1. Inicio
2. Y así, en ese estado...
3. Bebí agua en la pila...
4. Tenía poco tiempo...
5. El 50% de la población...
   
 
RegresarEnviarImprimir
 
 
En Esta Sección
Washington: ¿La revolución permanente?
ALBERTO F. ÁLVAREZ GARCíA
Washington: Linda Barinas, dulce Sabaneta
ALCIBíADES HIDALGO
Santiago de Chile: Cuba como vicio
CARLOS D. DíAZ MONTERO
Editoriales
Sociedad
Cultura
Internacional
Deporte
Opinión
Desde
Entrevista
Buscador
Cartas
Convocatorias
Humor
Enlaces
Prensa
Documentos De Consulta
Ediciones
 
Nosotros Contacto Derechos Subir