www.cubaencuentro.com Lunes, 18 de agosto de 2003

 
   
 
Barcelona: Cementerio marino
Miradas paralelas a la iconografía marina de dos ciudades portuarias: La Habana y Barcelona.
por MANUEL PEREIRA
 

Ya he dicho en otra parte que las Ramblas y el Paseo del Prado son sendas cicatrices arboladas que establecen un inequívoco parentesco entre Barcelona y La Habana. Ambas alamedas desembocan en el mar.

Escudo
Escudo de La Habana: 'tres castillos y una llave en campo azur'.

Ahora bien, la gran diferencia entre La Habana y Barcelona es que, a pesar de ser también una ciudad portuaria, la capital cubana carece de iconografía náutica. O la que tiene es muy pobre. Escayolada entre bastiones hasta muy entrado el siglo XIX, siempre inmersa en la paranoia de los asedios, la relación de los habaneros (y por extensión, de todos los cubanos) con el mar ha sido —y sigue siendo— problemática, incluso siniestra.

Al final del paseo del Prado —donde, por simetría con las Ramblas, debería existir algún equivalente de las Atarazanas—, lo único que hay son dos monumentos funerarios dedicados a los fusilados de la intolerancia colonial española. Uno dedicado al poeta Juan Clemente Zenea, otro, a los Estudiantes de Medicina. En vez de un obelisco consagrado a Colón, como al final de las Ramblas, las autoridades españolas instalaron frente al mar una cárcel (en la que estuvo preso Martí), y un grabado holandés del XVII muestra la bocana del puerto habanero cerrada con una gigantesca cadena.

No en balde el escudo de La Habana tiene tres castillos y una llave en campo "azur". El emblema no es casual. Esos símbolos pudieran significar "valor" y "fortaleza" —como afirmaban los heraldistas de la época—, también aluden a la posición estratégica de la bahía habanera... pero la metáfora de la llave tiene otra lectura: hace pensar en candados de celdas, y los tres castillos pudieran ser calabozos: es una imagen carcelaria, que implica encierro. Los saqueos de los piratas, el contrabando, la toma de La Habana por los ingleses... todo eso hizo que la capital de Cuba se cerrara al mar, que se pensara que del mar venía todo el mal... y eso también está latente en el escudo. Hay en todo esto algo así como un destino prefigurado, una especie de herencia genética que se transmite a nivel de la memoria histórica.

Como se ve, la mentalidad de plaza sitiada no es un invento de la segunda mitad del siglo XX cubano, sino que ya encontramos su raíz en el escudo habanero y en los elementos estatuarios y arquitectónicos que rodean la entrada de la bahía. En eso Fidel Castro no ha sido original, no ha hecho más que prolongar una larga tradición colonial.

El otro gran símbolo cubano que siempre me ha llamado la atención es la Virgen de la Caridad del Cobre: una deidad mestiza acude a salvar a tres pescadores en medio de un mar borrascoso. Esos tres pescadores son la prefiguración de los balseros de nuestros días... Otra vez el mar como fuente de conflicto, como "agón".

Resumiendo, allí, en La Punta, frente al mar, solo hay desolación: viejos restos de cadenas, cañones oxidados, castillos, torreones, alegorías fúnebres de fusilamientos, la sangre marmorizada, el calabozo de un poeta… y —como si el paso del tiempo no modificara en nada el sino de la Isla— hoy tenemos de nuevo poetas encarcelados, y a los tres secuestradores de la lanchita de Regla fusilados…

Y todo ello está concentrado, metaforizado, frente al mar, en la bocana del puerto, desde hace más de un siglo. Esos símbolos ya estaban ahí, como una advertencia, o un presagio agorero. El mar siempre como un problema insular de imposible solución. Así las cosas, no es raro que los cubanos no coman pescado y que se destaquen en cualquier deporte menos en natación, a pesar de vivir rodeados de agua por todas partes. Las marinas jamás deslumbraron a nuestros pintores, ni siquiera a los académicos, siempre más atraídos por el paisaje campestre. Nunca tuvimos un Sorolla. La Habana permaneció demasiado tiempo amurallada, y aún sigue estándolo. Por eso el habanero creció de espaldas al mar.

El mar en Cuba siempre ha entrañado una profunda frustración, desde El viejo y el mar de Hemingway hasta las balsas vacías que flotan a la deriva en la corriente del golfo. El mar que allí se extiende, frente al Castillo de la Punta, es nuestro "cementerio marino". Como decía Paul Valéry: "mármol temblando sobre tantas sombras;/ allí la mar leal duerme en mis tumbas".

Barcelona, en cambio, está repleta de imaginería marítima. Es una ciudad abierta al mar, sin conflictos con el mar. Hipocampos, pulpos, caracolas, delfines, sirenas y anclas salpican fachadas, altares, capiteles, balaustradas, y hasta el embaldosado de algunas calles, por ejemplo, el Paseo de Gracia. Incluso, hay fachadas cuyas balconaduras evocan el castillo de popa de un galeón, para no hablar del balconaje de "La Pedrera" con esos forjados que simulan algas, como en un sueño surgido del fondo del océano: la visión submarina de Monturiol traducida por Gaudí.

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