www.cubaencuentro.com Viernes, 16 de mayo de 2003

 
Parte 2/5
 
Carta a Richard Sorge
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

En algunas novelas de espionería, e incluso en los catálogos más alambicados, ese líquido aparece también como "tinta simpática", pero ya le digo que todo ha cambiado en mi terruño. La tinta simpática es la que utilizan allí para los editoriales del Granma, un órgano bastante oficial de Katanga. Es tan oficial —aunque a veces parece cabo— que los otros dos o tres libelos que hacen la ilusión de prensa variada, publican la misma información, con lo que el consumidor goza de la exquisita libelidad de elegir con qué nombre de periodista se queda para la noticia idéntica. En este sentido se han realizado otros aportes no superados por otros países: la misma falta de papel —hay que ahorrar para fabricar las banderitas de los desfiles— ha entrenado al cubano a leer entre líneas, desatando la enfebrecida imaginación e intentando descifrar, debajo de un titular como "La carpeta sigue abierta", si se trata de alguna noticia policial o anuncia el hallazgo de un hueso mondo y lirondo de dinosaurio extraviado, con el que alguna comunidad campesina confeccionó una caldosa revolucionaria. Dos variedades de esa tinta se experimentan en la actualidad: la tinta ridícula y la patética. Superiores a la cínica y la dechavante. Esas son de uso exclusivo del redactor en jefe.

Como sé que hay ciertos ignorantes que le ignoran, quiero presentarlo ante este excelso tribunal con un sumario que suena más a restario, dispuesto, en lo que respecta a condenas, tira a lo bíblico, por aquello de crecerio y multiplicario. Usted le entró a este mundo caucasialmente en el Cáucaso, el 4 de octubre de 1895, en una ciudad llamada Kaff. He intentado comprobar si el gentilicio de los que allí viven es kaffres, pero nada lo ratifica. Su papá era ingeniero y alemán, casi en ese orden. Y la pureta, rusa, con cierto desorden. Usted nació allí gracias al petróleo, pues su germano progenitor realizaba obras en los campos de tal sustancia estupidifaciente en Bakú, lo que explica de algún modo que usted se educara en Berlín, y terminara un doctorado Summa Cum Laude en ciencias políticas allá en Hamburgo, que de algún modo oscuro lo convirtió en 1925 en militonto del Partido Comunista Alemán. Al año siguiente fue a la URSS como miembro partido de su partido, lo reclutaron como agente ingente e inteligente, se casó con una bailarina rusa llamada Yekaterina y se fue a China, donde aprendió el idioma, se convirtió en bebedor y fumador empedernido, con una apariencia descuidada, maloliente, mujeriego, jugador y con gran dominio sobre sí. Todo un maestro del disimulo. Tanto, que podía caerse embriagado y nadie se atrevía a afirmar que estaba usted con un pedo de campeonato.

En uno de estos datos, me veo obligado a hacer una digresión con absoluta embriaguez, pues hay una ligera diferencia con los actuales agentes cubanos: están en China siempre, aunque jamás hayan ido a ese país, ni hablen su idioma. (Realmente hay dos nuevos países para definir la eficacia de un agente: "Arriba de la bola" o "Detrás del palo").

Para dejar su caso en la punta de una soga, aquel 7 de noviembre de 1944, en que los nipones lo pusieron a bailar una suiza nada neutral y tuvo problemas respiratorios, termino su retráctil currículo: se fue a Japón como corresponsal del Frankfurter Zeitung, un periódico, a pesar de ese nombre carraspeando. Allí en Tokio estaba su socio alemán, el general Eugen Ott, embajador y fascista (dependiendo del día de la semana). Casualmente, con el coco stalinizado, usted se había disfrazado de nacional socialista, y ya era muuuuy confiable. Pero en su complejo "yo" interior, se repetía está máxima: "A palabras nazies, oídos sorges". Dicen que también hacía otras cosas prodigiosas, como recitar, a media caña de sake, páginas enteras de Mein Kampf y luego, en solípedo soliloquio escupir el retrato de Hitler increpándolo desde sus calzoncillos de crepé: "austriaco enano, te voy a aplastar". Después se iba cojeando —muchos espías arrastran el alma o una pierna— hasta su cama, cantando la marcha de la victoria del proletariado, porque en ese entonces no se había inventado el concurso Adolfo Guzmán. Allí se convertía en triple agente y cabalgaba a su amante sueca o a una japonesa en rasgada edad de retiro puteril.

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