www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
  Parte 2/3
 
La importancia de llamarse Hipólito
Aunque Castro se cambió el nombre en su juventud, la espontaneidad popular llama al viejo Polo de diversas maneras, sobre todo en los graffitis de los urinarios públicos.
por ENRISCO, Nueva Jersey
 

Como el viejo Ángel Castro tenía una finquita (que se agrandaba cada vez que los vecinos echaban una siesta), Hipólito posiblemente asocie a los toros con la figura paterna. Y entonces vienen los psicoanalistas y te dicen que estos emocionantes 45 años de historia cubana se deben a que Hipólito estaba todo el tiempo en la búsqueda del padre.

De cualquier manera, ya Hipólito bastante tenía con su nombre. Un nombre como Hipólito le puede fastidiar la vida a una persona. Imagínense a milicianos agonizantes que se les acaba la pared mientras escriben el nombre de su amado líder. Y los poemas que se le hubieran dedicado teniendo en cuenta que Hipólito rima con muy pocas palabras (Ahora mismo nada más se me ocurre "cólico", que encima es una rima asonante).

Y el que no me quiera creer la importancia de los nombres, que mire a Napoleón: tuvo que conquistar toda Europa para quitarse el complejo de tener nombre de cognac (Y ya que estamos en las bebidas, pensemos en ese muchacho americano con nombre de whisky, John Walker, que no paró hasta meterse a talibán). Nada más que hay que pensar que Hipólito era el nombre de un hijo de Teseo, el héroe legendario griego, y que Fedra, la mujer de Teseo, se pasaba el tiempo persiguiéndolo con intenciones lascivas, pero Hipólito se le resistía. Y como mismo hay un complejo de Edipo sería bueno considerar un "complejo de Hipólito", que se definiría como el del que no quiere, pero lo obligan. Más o menos lo mismo que le pasa a nuestro Hipólito con el poder.

Es que cuando uno se pone freudiano no hay para cuando acabar. Según un curso de psicoanálisis que estoy tomando con un socio por teléfono, la personalidad humana está dividida en "ego, ello y superego". La cosa se complica si el teléfono celular de mi amigo se va de cobertura. Entonces tengo que ponerme a rellenar los pedazos de la explicación por mi cuenta.

El "ello" sería la parte más profunda del inconsciente, esa cuyas manifestaciones nos parecen ajenas a nosotros mismos, extrañas. Uno piensa entonces en la cantidad de veces que ha ocurrido algo que todos creen que se debe a la inspiración de Hipólito, pero Hipólito dice que no, que la culpa es de fulano, que actuó por su cuenta. Así podemos llegar a la conclusión de que la parte más profunda del subconsciente, Hipólito la lleva por fuera: un día se puede llamar Humberto Pérez, otro, Carlos Aldana, y al siguiente, Tony de la Guardia. Así que mientras otros indagan en su inconsciente yendo al psicoanalista Hipólito, a la hora de lidiar con el subconsciente, lo lleva a juicio y si se pone pesado hasta lo fusila.

Luego está el "superego". Esa parte de la explicación no la entendí bien, porque en ese momento mi amigo entraba en un túnel y la cobertura estaba malísima. Lo que le pude entender es que, contra lo que yo esperaba, el "superego" no necesariamente componía el 100% de personalidades como la de Hipólito. El "superego" vendría a ser más o menos aquello que tu papá te enseña que no se puede hacer, pero que en el fondo es donde tu inconsciente encuentra una secreta satisfacción.

Si pensamos en Don Ángel Castro, el papá de Hipólito, con esas cercas corredizas que se expandían al menor descuido de sus vecinos, no nos debe extrañar que a los 17 años el hijo haya decidido cambiar su segundo nombre por el de Alejandro, en honor a Alejandro Magno, un experto en eso de conquistar nuevas tierras.

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