La Argentina de los robos de supermercados, batallas campales en pleno Buenos Aires y niños muriendo de hambre inquieta todavía la memoria del mundo. Aunque ya los reportajes de televisión no traen las imágenes de lo que parecía una dramática insubordinación de la lógica, sus causas permanecen y amenazan saltar con el primer paso en falso.

Néstor Kirchner, nuevo presidente argentino.

Derrotar esas causas debe ser la máxima prioridad del próximo presidente Néstor Kirchner, a quien su rival, Carlos Menem, le ahorró, ante la apabullante desventaja que reiteradamente mostraban las encuestas, el nerviosismo que un evento electoral siempre significa. Al cerrarse lo que muchos consideraron la era Menem, es el futuro mandatario quien está recibiendo fuertes críticas. De su actuación dependerá que éstas crezcan o disminuyan.

El cuadro que ofrece Argentina, una de las tres economías más voluminosas de Latinoamérica, es realmente desalentador: el 60 por ciento de los ciudadanos se encuentra por debajo del nivel de pobreza, y de esta cifra vive en la miseria una proporción de niveles históricos. El desempleo, en tanto, afecta a una de cada cinco personas económicamente activas. El año pasado el Producto Interno Bruto descendió un 11 por ciento, al compás de la competitividad económica.

Aunque bastarían estos datos para llenar de dolores de cabeza al gobierno más sagaz, otra serie de problemas muy complejos desafiarán al nuevo mandatario, pues no resulta posible componer un área si no se van sentando al mismo tiempo las bases para la restauración del conjunto.

Pulsar eficazmente con la banca internacional el pago de una deuda de 141.000 millones de dólares sin que el país se resienta más de lo imprescindible, exigirá especial concentración del próximo ejecutivo. Se perfilan también, vinculados al definitorio campo financiero, el retorno de las inversiones foráneas y el restablecimiento del interés por parte del empresariado nacional. Un giro drástico pide a gritos la recolección de impuestos, área, como otras muchas, infectada por la corrupción.

Por otro lado, se hará ineludible una estrategia fiscal que no sólo fortalezca sino que impida una nueva caída en picada de la moneda, suceso que marcó la quiebra en la evolución económica del país hace un par de años. El gabinete de Kirchner, además, enfrentará el presumible deterioro de las condiciones de intercambio internacional, contexto en el que Argentina sería especialmente sensible, de acuerdo con el informe sobre el pasado año de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL).

Expertos auguran que el gobierno venidero iniciará sus funciones en posición debilitada, particularmente por las inacabables reyertas de las fuerzas políticas que han señoreado la nación austral en las últimas décadas. La fragmentación interna de los partidos —tanto el ex candidato como Kirchner son peronistas— escapó hace mucho de los salones del Congreso e impactó en los vínculos entre las provincias y el poder central. No faltó incluso la región que se hiciera de su propio signo monetario. La debilidad apuntada se sumaría a la particular circunstancia que conduce a Kirchner a la Casa Rosada, que lo acogerá con la anuencia del 22 por ciento de los votos emitidos en la primera ronda comicial.