www.cubaencuentro.com Jueves, 29 de enero de 2004

 
   
 
Un paralelo entre viciosos
Los gestos conciliatorios del coronel Gaddafi caen como un jarro de agua fría en La Habana.
por ORIOL PUERTAS, La Habana
 

Para los cubanos, La Habana siempre había estado más cerca de Trípoli que de Pinar del Río. Hasta hace poco, la capital parecía pertenecer a una suerte de triángulo oscuro con un tercer vértice en Pyongyang, ahora que chinos y vietnamitas —antiguos yuntas antiyankis— andan muy afanados con sus crucigramas internos. Sin olvidar que no hace mucho, en otra interminable perorata luego de su gira por Asia, el Comandante mostraba su preocupación porque ya en Vietnam había demasiados automóviles y motocicletas envenenando el ambiente.

Gaddafi
Gaddafi, 35 años en el poder.

Pero ahora su émulo libio flaqueó. Aunque para los cubanos de adentro no esté todavía muy claro el asunto, debido al escueto despacho que publicó Granma y reseñó el noticiero de televisión, ya todo el planeta ha tomado nota de la actitud conciliatoria y proclive al diálogo sobre el tema armamento por parte del gobierno de Muammar el Gadaffi, otrora mimado por Castro.

La primera señal, que sepamos, vino a ser el reconocimiento libio de algo que siempre negaron con vehemencia: su responsabilidad en los atentados contra aviones de Pan Am y Air France en 1988 y 1989, respectivamente, así como su compromiso a abonar más de dos mil millones de dólares a las familias de las víctimas, gracias a lo cual evadieron, tras varios años de aislamiento internacional, diversas sanciones impuestas por Naciones Unidas.

Ahora, un hijo del mandatario ha confirmado que desde hace casi un año anduvieron en tratativas secretas con representantes norteamericanos e ingleses, luego de asegurarse que no hay intenciones de derrocarlo por ninguna vía. Gadaffi, que lleva más de tres décadas aferrado al poder con uñas y dientes, ha decidido en consecuencia "ser más transparente" y abrir todos sus archivos, incluidos por supuesto los que tienen que ver con el barullo de las armas de destrucción masiva.

Toda esta historia, ajena a cualquier sospecha dado el habitual cinismo de los dictadores, debería significar un poco de aliento para los cubanos. Viene a ser como una luz de esperanza, si bien bastante débil, que podría indicar el feliz ocaso de las intransigencias de alto costo y poca cordura. Y no se trata de confundir deseos con realidades. Hace mucho tiempo que ambos gobernantes juegan a establecer paralelos entre ellos: A ver, ¿quién permanece más lustros en el trono?, ¿quién desaparece, tortura, destierra o encarcela a más opositores?, ¿quién gana la partida de la miseria?, ¿quién se aísla más del mundo y pone más muertos entre los que tratan desesperadamente de huir —sea por mar, aire o tierra— del infierno en que ven convertidos sus países?

Son los negativos récord de una misma visión anquilosada del mundo. Porque a pesar de los pasos de avance del libio en materia de negociación, especialmente ahora que el Medio Oriente está ardiendo como polvorín, todavía no se respiran los cálidos aires de reforma  que la comunidad internacional y el propio pueblo exigen. Muy lejos de Washington, Trípoli se ve rodeada por fundamentalismos que le tocan de cerca y ha comenzado a entender que, desde la soledad, un corredor de fondo en política puede muy poco.

Es un mensaje que ojalá no sea leído en su reverso por Fidel Castro, tan próximo siempre a ver enemigos y penetraciones por todas partes. Tan aislado como su antiguo socio, pero a diferencia de aquél tan cerca del monstruo y tan lejos del Dios Petróleo, el anciano guerrillero podría sacar otras lúcidas cuentas de cómo anda el mundo hoy, si hasta los de su raza (por suerte en extinción) se sientan a dialogar.

Cuba necesita más que nunca de ejemplos como este. El clima político interno se torna cada vez más asfixiante y la deteriorada economía cierra otro año sin levantar vuelo, atenazada entre el lastre de la ineficiencia azucarera y la imposibilidad de acceder a dinero fresco, además del férreo autoembargo que se impone el gobierno debido a sus prácticas totalitarias. Hace ya muchos años que todos estos indicadores, en color rojo desastre, debían haber inducido a reformas en la Isla con la esperanza de buscar mejorías al pueblo y desarrollo socio-económico, pero al parecer Fidel Castro ha puesto a Numancia en el vértice que antes ocupaba Trípoli. Quizá se sienta más a gusto.

A punto estuvo Libia de fabricar su bomba atómica, se ha dicho. Es algo que a Castro también le hubiera encantado de no haber digerido a tiempo que los riesgos son mucho mayores que el placer de fastidiar un poco a los vecinos. Esperemos que esto signifique el punto final para la locura armamentista de los viciosos del poder.

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