www.cubaencuentro.com Lunes, 19 de julio de 2004

 
  Parte 1/2
 
El jugador y sus cartas
¿Qué factores inciden en que el 40 por ciento del electorado venezolano todavía apoye a Chávez?
por MIGUEL CABRERA PEñA, Santiago de Chile
 

A veces, a conciencia o sin ella, no detallamos lo que no nos conviene, no se observa lo que desalienta, lo que va a contrapelo de nuestra creencia o esperanza. Entonces edificamos un mundo ilusorio que pronto será cercenado por un hacha implacable.

H. Chávez
Populismo: ¿El opio de Latinoamérica?

En política, estas construcciones son frecuentes, y Venezuela, en el centro del desgarramiento latinoamericano, no escapa a desenfoques numerosos. Desde limpias vocaciones, no pocos demócratas desean que en el referendo del 15 de agosto próximo, Hugo Chávez sea expulsado de su poltrona en Miraflores. Pero ya se sabe que entre querer y poder media un espacio en ocasiones enorme.

Es verdad que el triunfo que propició la realización del referendo merece respeto, sobre todo porque desafió y al cabo melló el filo de la autoridad, la cual ejerció presiones y tendió trampas de variada naturaleza. Pero no es menos cierto que si la mayoría, o una porción mayor de venezolanos, estuviera de acuerdo en revocar al gobernante autoritario que se fermenta, a Chávez le hubiera sido imposible maniobrar contra tal manifestación arrolladora.

Esto no es el hilo del asunto, sino el ovillo. Según la consultora Datanálisis, más del 40 por ciento del electorado optará en la próxima consulta por el ex golpista. Por si fuera poco, la oposición se encuentra dividida, a veces de forma áspera, y el político con las condiciones para juntarla no se atisba en el horizonte.

Comentaristas fían en que la Coordinadora Democrática cuaje una campaña ancha, activa, decidora de verdad y convincente. Una reflexión demorada enseña, sin embargo, que no bastará. No parece ser este el momento en que puedan fracturarse fundamentos esenciales del apoyo al mandatario.

La caricatura antiimperialista

Con mucho de imitación —y de caricatura—, la revolución bolivariana carece del espesor ideológico del proceso cubano. Esta podría identificarse como una endeblez cuando se comparan la Isla y Venezuela, pero no lo es tanto si se atiende a la breve vida del populismo chavista. De cualquier modo, en mayo pasado el caudillo comenzó a definir su revolución de antiimperialista, en el contexto de la detención de más de cien paramilitares colombianos y varios oficiales venezolanos de alto rango, cuyo propósito, según se divulgó, era llevar a cabo un golpe de Estado. La intromisión extranjera, por cierto, profundizó discrepancias entre la oposición.

En la década inicial del turbión isleño, la adhesión a Fidel Castro se asentaría más por los regalos materiales y reivindicaciones sociales que por sus teorizaciones filosóficas, incomprensibles entonces para dilatadas capas de la población y hasta, por sus paradojas, para los enterados. Y lo anterior, sin meter baza en la desazón descreída que hoy impera en el planeta.

Contando también las graves diferencias del fenómeno cubano, ¿quién hubiera podido derrotar democráticamente a Castro cinco años después de tomar el poder? Y es a partir de aquí que un haz de luz cooperaría en el vislumbre de su futuro.

Al unísono con una propaganda sin atenuaciones, que crece en nuevas promesas, prohijó Chávez un cúmulo de medidas de corte social, semejantes por muchas aristas a las de su mentor en La Habana. La diferencia empero es superlativa: Venezuela cuenta con abundantes recursos, y a Cuba el fardo de las medidas y la ineficacia económica la ahogarían pronto en un mar de carencias.

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