www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
  Parte 4/4
 
El reciclaje de los comunistas
Una historia de las transiciones: ¿Existe una tercera vía entre el comunismo y la democracia para el ciudadano de a pie en los países de Europa del Este?
por JUAN F. BENEMELIS, Miami
 

En Hungría, el cisma existente y que opone a partidarios y detractores del viejo orden, ha sido menos virulento. No sin razón, desde los comienzos de la reforma, se impuso una división dentro de los propios partidos anticomunistas entre los valores cristianos y los nacionalistas, por un lado, y las posiciones más liberales y seculares, por otro. A esa división se sumó la de orden territorial, entre la capital y las provincias. El éxito electoral en 1994 del Partido Socialista trastocó este esquema, permitiendo la reaparición de perfiles más ajustados al eje izquierda-derecha. La nueva situación mostraría algún parecido con la polaca, en la que la derecha se encuentra muy dividida y la izquierda es más capaz de configurar un frente común.

Pero con los modelos soviéticos y yugoslavo desmoronados, y la guerra de Bosnia perturbando las economías rumana y búlgara, la línea continuista representada por la nomenklatura reciclada y la de los ultra-nacionalistas, estaba en bancarrota. Además, poco podía ofrecer la Rusia de Boris Yeltsin, un presidente en pleno deterioro físico, envuelto en un conflicto interminable en Chechenia.

Hoy, no se estudian los procesos de transición que tienen lugar en las repúblicas del Asia central, consideradas como "regímenes comunistas disfrazados". Pero es difícil comprender lo incomprensible y todo parece indicar que el Asia central está esperando para ser absorbida en un nuevo imperio. Allí no existe un canon de transición hacia la democracia; es una transición que enrumba hacia la descentralización y el pluralismo, sólo que no es la descentralización política considerada por el pluralismo occidental.

Las nuevas clases ascendentes, sobre todo los técnicos y profesionales, buscaban a ultranza la transición sistémica. En los Balcanes, los partidos continuistas serían derrotados uno tras otro. En Bosnia, al lado de las purgas étnicas, se sucedería la de los comunistas ortodoxos. En Serbia, la oposición se insubordinó en 1997 ante la ineptitud de Slobodan Milosevic para acoplar a Serbia con Occidente. Ese es también el período en que Berisha venció en las presidenciales albanesas y Jelyu Jelev en las búlgaras, comicios que propiciaron el vuelco en 1997 con la promoción de Petar Stojanov y el colapso del gobierno socialista.

Tras un lento comienzo, Rumania comenzó a acelerar la privatización bajo la mano de un viejo comunista, el presidente Ion Iliescu y su Frente de Salvación Nacional. Luego, la Convención Democrática de Rumania conquistó las alcaldías en las ciudades importantes y en 1996 asumió la presidencia la oposición con Emil Constantinescu.

Pero la transición se ha recuperado en Polonia, pese a que el Parlamento (Sejm) está bajo el control de los reciclados comunistas. En Ucrania, los comunistas se hallan claramente a la defensiva, ya que muchos ucranianos los hacen responsables de la miseria económica que ha traído la inmovilidad política.

Algo similar aconteció con el premier húngaro Gyula Horn, un ministro del último gabinete comunista. En Hungría, los reformistas están considerando escoger entre la privatización total o reestructurar el costoso e ineficiente Estado benefactor. Y en Rusia, el más complicado e importante de los antiguos países del bloque soviético, los ex comunistas Yeltsin y Vladimir Putin han presidido una política reformista de altas y bajas, imponiéndose sobre la Duma o parlamento, enfrentados o aliados con tradicionales comunistas y ultra-nacionalistas. La suerte de Rusia, sin duda, tendrá un profundo impacto en la democratización de toda la región, o en la bifurcación hacia la autocracia congénita del antiguo imperio de los zares.

El descontento de los votantes que en muchos países del Este han elegido comunistas, no está enfilado contra el objetivo de las medidas económicas de la transición en sí, sino que es resultado de su frustración ante la falta de efectos de las reformas, que están tomando más tiempo de lo que inicialmente se pensaba. Para el ciudadano de a pie no existe una tercera vía entre el comunismo y la democracia, y es conocido que un Estado benefactor, a la Sueca, necesita de un desarrollo e infraestructura económica aún no alcanzado por los Estados de la transición.

Ya es una regla el concepto de que la creación de riquezas es el resultado de una economía de mercado, la cual desata las energías y el talento individual humano. Por eso, es impensable una reversión de la economía de libre mercado a la de plan. Incluso, los comunistas más ortodoxos ya no creen en la economía centralizada de plan. Las flexibles y adaptables jóvenes generaciones saben que para el éxito de las reformas económicas se necesita una práctica democrática, y la gran mayoría de las poblaciones no quieren el retorno del ancien régime, favoreciendo el futuro capitalista por encima del pasado colectivista.

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